EL PARTIDO DE VUELTA
(Sobre el negocio del fútbol)
No ves de verdad un partido de futbol hasta que lo ves por
televisión. Asistí como invitado VIP a la final de la Champions que el Barça
ganó al Arsenal en el Campo de los Príncipes en Paris, tras haberse estrenado
en la final previa de Estambul. El espectáculo desde la grada fue colosal. Pero
concluido el encuentro, las medallas y las fiestas de los patrocinadores
alrededor del estadio, la sorpresa me esperaba en el viaje de vuelta al hotel
en un bus fletado por la organización. El autobús para los vips llevaba la
pantalla de la tele encendida y trasmitía… ¡el partido¡
Al fin y al cabo estábamos invitados por la empresa que
comercializaba los derechos televisivos y está era sin duda la guinda del
pastel: ver por fin de cerca las jugadas y los goles que acabábamos de
contemplar en vivo. Era un detallazo. Habían pasado la grabación del encuentro a una cinta y allí estaba el partido
reproducido en los autobuses que nos devolvían al hotel cinco estrellas. Nos iríamos
a la cama soñando con el futbol en pantalla. No habían escatimado en nada, y
este último destello de marketing redondeaba su operación dedicada al amor- y
el negocio -por el futbol televisado.
Mas allá de la fanfarria y el colorido que rodea una final-
con su música champions, su ceremonial, banderolas y hasta confeti -, los meros
aficionados no ven toda la trastienda del acontecimiento. Es un gran
espectáculo con una supreproducción a ojos vista y en la trastienda. Llegamos
los vips encorbatados a las puertas del estadio para pasear por una alfombra
roja hasta la zona interior reservada en la que nos esperaban vinos y champan,
y los mejores manjares para una cena de gala antes del pitido de inicio.
Autoridades y patrocinadores éramos agasajados, en esta como en otras finales
con lo mejor de la cocina local o importada. Tambien viví la final celebrada en
Estambul- Villar ya estaba allí! - donde todas las camareras eran extrañamente
rubias para un país como Turquía. Salí del asombro cuando que me contaron que
el catering y sus servidoras venían importadas desde Viena. A mitad de partido, corría el champagne y
como los italianos iban ganando a los ingleses la grada vip estaba medio vacía
cuando empezó la segunda parte porque estábamos departiendo copa en la mano.
Hasta que la masa gritó gol y nos apresuramos a seguir aquello que nos había
convocado: el partido de fútbol que, dio un giro inesperado en el césped, y
terminó ganando aquel Liverpool de Benitez.
En la final hispano-catalana de París, tras la opípara cena,
pasamos al palco central abarrotado de autoridades. Por enumerar: el rey y la reina,
el presidente Zapatero y señora, su ministra del deporte, el director general
del ramo, el President de la Generalitat (y también el ex president Pujol), el
alcalde de Barcelona (y el ex Maragall), consejeros varios, y un etc. Una
pléyade de autoridades, que cuando el pitido final dió por ganador al Barça
desaparecieron como por ensalmo grada abajo, para salir en la foto con los campeones. Del
otro lado estaban los ingleses, huérfanos de autoridades. Allí no estaba ni la
reina de Inglaterra, ni el primer Ministro, ni el Alcalde. Solo el presidente
del club. Tan grafico el modo de utilizar o no un acontecimiento de este tipo
para hacer política (o no) que sobran los comentarios. Pero no sobrarían los
números. El coste para el presupuesto nacional y autonómico del viaje a la
final de Champions, con sus aviones, hoteles, transportes de tierra, seguridad
y varios colocaba la operación en el capitulo de dispendios. Será por aquello
de que el futbol (el de Champions o el de selecciones) es mucho mas que futbol.
Será que estar cerca de los galácticos coloca en orbita también a los
políticos. Será en definitiva que los mandatarios por mor de la
representatividad se apuntan a los grandes festejos, con alfombra roja, cena y
copas y además partidito. Será en definitiva que, tantos ellos como yo- que
representaba la televisión con derechos para emitir esa final y los partidos de
esa Champions -eramos participe de la
orgia de dinero que se movia y se mueve para seguir manteniendo en la cúspide
al deporte rey.
Ahora que la FIFA esta en la picota, al desvelarse las
mordidas sobre la venta de derechos televisivos y de marketing, merece la pena
fijarse en el modelo establecido desde hace ya unas décadas para que las
televisiones paguen estas fiestas, con el beneplácito en general de los
gobiernos que las regulan. Hubo un tiempo en que los grandes acontecimientos
deportivos se emitían por las únicas cadenas existentes en el continentes ( y
en casi todo el mundo) que eran las televisiones públicas. Asociadas en la
Unión Europea de radiotelevisión, la UER/EBU, cada televisión/país miembros
pagaba y paga una cuota relativa a su numero de habitantes y de mercado
televisivo. Y cuando llegaban los grandes eventos (Olimpiadas, Mundiales de lo
que sea o el festival de Eurovisión), se repartía proporcionalmente el coste
adicional.
Cuando el mercado televisivo empezó a privatizarse con la
aparición de nuevas cadenas, el modelo de reparto de derechos cambio
sustancialmente. Había nuevos compradores, y de inmediato nacieron los
intermediarios: las empresas de derechos y marketing a las que la FIFA; UEFA o
la organización correspondiente les cedía la comercialización de los derechos
televisivos, así como la utilización de los espacios publicitarios. Estas a su
vez se los ofrecían a las cadenas de televisión en un sistema falto de toda
transparencia mediante pujas secretas que solo controlaba la empresa que
comercializaba. El incremento de los precios no se hizo esperar, y el valor del
futbol subió como la espuma.
Saben bien las cadenas de televisión que derechos como los
de la Champions son imposibles de rentabilizar monetariamente. Otra cosa es el
prestigio que da emitir la Champions y el plus de audiencia para el computo
general de la cadena. Pero las casi dos horas de emisión- sin anuncios –al precio
desorbitado que han alcanzado los derechos re llevan a rojo la cuenta de
resultados de esa emisión.
Aun así, no hay programación que las supere. Y año tras año,
el producto se vende con incrementos sustanciales en la factura. Los
compradores asistirán satisfechos al espectáculo en vivo, se codearan con políticos
y empresarios y pisaran alfombra roja en Berlín, París o Estambul. Todos bien
agasajados para seguir colaborando en la burbuja del futbol, que ellos mismos
ayudan a hinchar. Así es la fastuosa trastienda de un negocio que ahora los norteamericanos
han osado cuestionar, mientras los europeos seguían en la fiesta del futbol con
champán.
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