5.11.24

LA PEOR CAMPAÑA DE LA HISTORIA. ELECCIONES´24




Ha habido campañas cruciales (Nixon vs. Kennedy), campañas insulsas (Bush vs Dukakis), campañas ideologizadas (Reagan v. Carter), … campañas de todo tipo y condición. Pero una campaña tan falta de seriedad como sobrada de insultos, tan llena de trivialidades y escasa de propuestas ante un mundo en estado de ebullición y guerra como es la actual, no se recuerda.  El repetidor Donald Trump frente a la inédita Kamala Harris. Más allá de las descalificaciones apenas aportan programas con soluciones para una situación mundial preocupante. Un prólogo de campaña tan pobre solo puede ser el augurio de una presidencia extremadamente problemática y quizá nefasta.



La frase más socorrida entre los votantes estadounidenses ante el día D de su democracia siempre ha sido una decepcionante: “Yo votaré por el menos malo”. Lo que deja a las claras la poca fe en las cualidades de los aspirantes a ocupar la Casa Blanca. Así sucede campaña tras campaña, y esta no es excepción.  Ni Trump, ni Kamala gustan o convencen por sí mismos. Y el voto que más arrastran es el de los que no quieren ver a su contrincante como vencedor. De ahí que las estrategias de campaña se jueguen sobre todo en un terreno emocional, que es el campo de batalla más utilizado en la actual política de la propaganda digital. Trump saca la cabeza cuando cultiva el exabrupto. Kamala recurre al adjetivo fascista cuando merma en los sondeos. Estamos ya en la recta final. Pero ante la escasa diferencia marcada en las encuestas hasta el último minuto puede ser crucial en esta campaña del 2024.

Diez meses dura oficialmente una campaña electoral americana. Desde los tempranos caucus de Iowa en enero hasta el primer martes después del primer lunes de noviembre cuando la suerte queda echada. Es una campaña larga y sinuosa, por tierra mar y aire. Dimensión continental y repercusión mundial. Tras haber cubierto tres campañas sobre el terreno (la primera en1980), y algunas más como analista, comentarista o contertulio en la distancia, llegas a la conclusión de que el largo rosario de mítines, primarias, convenciones, debates y propuestas de todo tipo se encierran en dos claves: liderazgo y espectáculo. Si un candidato no es capaz de cumplir con ambas, habrá tirado por tierra el sueño de su vida y cientos de millones de dólares a la basura de la historia.

 Es un juego de alto riesgo. Fama y dinero se dan la mano en una apuesta que puede perderse aun consiguiendo más votos que el contrario (como le sucedió a Hillary Clinton frente a Trump precisamente) o ganarse contra pronóstico (como consiguió el actor Reagan con una inesperada ayuda de los ayatolas). En esta ocasión, el factor de la retirada del presidente con derecho a repetir, Biden, para facilitar la candidatura de una mujer, y el regreso del candidato golpista han añadido más tinta de calamar a la campaña y hasta un tono épico sobre el que planea la sombra del asalto al Capitolio del presidente que no quiso perder. Trump es volver hacia atrás. No hay propuestas nuevas, sino su odio al inmigrante exacerbando. Kamala sería un Biden descafeinado, heredera de una presidencia que no ha marcado la historia, más allá de tener que lidiar con dos conflictos bélicos de envergadura sin encontrar solución para ellos.

            Expectante y siempre sorprendido, el mundo entero contempla cada cuatro años como la maquinaria electoral norteamericana necesita todo un año para descifrar el perfil del hombre que influirá como ningún otro en los destinos del planeta. La más larga de las campañas, iniciada entre las nieves en Iowa, culmina en noviembre, dejando un montón de cadáveres políticos en el tortuoso camino, y un ganador, la mayor parte de las veces imprevisto o al menos sorprendente: Un presidente católico en el país de los protestantes (Kennedy). Un granjero en la capital de los políticos profesionales (Carter). Un actor en el mundo de los políticos profesionales (Reagan). Un hijo de presidente, heredando cargo (los Bush). Un negro en la Casa Blanca (Obama). Un empresario sin escrúpulos, ni afiliación a partido (Trump). Todo es posible en la política americana. Y para que ese imposible se haga realidad se necesita cubrir una carrera de cincuenta estados a lo largo de diez meses antes de llegar a ese martes de gloria o de dolor. Para el periodista resulta tan agotadora como fascinante.

            Cada campaña es diferente, aunque el ritual de primarias, convenciones y debates marque unos hitos comunes, que este año tuvieron su elemento sorpresa con el fallido debate de Biden y su retirada forzosa. De cualquier forma, el regreso de Trump y la inédita Kamala han hecho saltar por los aires cualquier previsión o predicción sobre lo que pueda pasar. Hasta la pacifica entrega del poder ya fue puesta en duda por el otrora inquilino y de nuevo candidato a la Casa Blanca, tirando por tierra las ultimas esencias de democracia que le queda al sistema americano.

 

LA ERA INAUGURADA POR REAGAN

            Antes de que Trump forzase todo esquema normal hasta el límite, la campaña más inusual de la postguerra se vivió cuando un actor terminó saltando al mayor plató político del mundo, la Casa Blanca. Ronald Reagan barrió al presidente Jimmy Carter a pesar de parecer tenerlo todo en contra. Aquella campaña del 80 fue sin duda el comienzo de un nuevo modelo de hacer política electoral, que se mantiene hasta nuestros días con el nuevo aderezo de los medios digitales que son ahora tan determinantes como lo fue la todopoderosa televisión.  Con la guerra de Gaza en marcha y aquellos acuerdos de Abraham de Trump en Oriente Medio en suspenso, hay que recordar que Carter llevó a su espalda el estigma de la toma de la embajada americana en Teherán por los guardias revolucionarios jomeinistas acaecida justo un año antes de la fecha electoral.

El epilogo fue realmente sobrecogedor: Mientras Reagan juraba su cargo en las escaleras del Capitolio frente a un cariacontecido Jimmy Carter, los rehenes eran liberados y salían en avión rumbo a los Estados Unidos. En el mismo momento, lo que dio pábulo a las sospechas de una negociación bajo la mesa entre los republicanos y Teherán.  El factor exterior jugaba y muy fuerte en la campaña interna. También ahora Ucrania y la guerra de Gaza hacen pesar un poco más de lo habitual la cuestión exterior entre los votantes americanos demasiado absortos en sus temas internos. Lo muestra a las claras las elecciones de los candidatos a la presidencia por ambos bandos que solo buscan acarrean votos de la América profunda. En el mundo sin duda se está más pendiente del resultado que en las últimas décadas ante los conflictos bélicos que han surgido tras el periodo de aislamiento de la pandemia. Europa en particular esta expectante ante un posible continuismo a lo Biden en la relación con Harris. O ante un resquebrajamiento de los acuerdos históricos sobre defensa entre los primos de los dos lados del atlántico.  Las posiciones de Trump en torno a Ucrania y Oriente Medio parecen más claras que las de Harris, cuya imagen ha quedado difuminada tras mantenerla Biden en el armario de la vicepresidencia hasta su forzado relanzamiento como candidata.

 

CARTER, EL MAS LONGEVO

 

            Debe recordarse ahora a Jimmy Carter recién cumplidos sus cien años- el presidente americano más longevo -, recordar su presidencia y su campaña electoral fallida. Con su nombre en diminutivo- ¡nada de James! -, y su pasado en el cultivo del cacahuete, Jimmy Earl Carter había llegado a la presidencia para alejarla por fin del hedor que causó el Watergate de Nixon y el coleo con su vicepresidente heredero Gerald Ford. Llevó una aíre de sencillez y pulcritud a un Washington degradado y corrupto. ¿Qué tramarían los republicanos para intentar recuperar el poder perdido?

            Para la próxima ceremonia de inauguración presidencial, el 20 de enero del 2025, Jimmy Carter todavía podría estar allí una vez más junto al presidente que jura. Con permiso de su alianza con la longevidad, habría asistido- tras la suya propia - a las inauguraciones de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump y Biden. Un récord histórico. Con su aire de hombre apacible y aplacado ante la adversidad, no podría dejar de pensar en aquel 20 de enero del 81 cuando pasó el relevo a Ronald Reagan, al tiempo que concluía la odisea de los rehenes estadounidenses de la embajada en Teherán. El punto más negro de su mandato que dominaría su campaña para intentar la reelección. Voluntario en actividades de ayuda a los necesitados, Carter ya había ido dejando una marca clara de activismo solidario en esos años que dominaba la política América, creando los inexistentes departamentos de Energía y Educación, y reforzando la legislación sobre protección medioambiental.

            En los cines de Georgetown se estrenó en aquellas fechas una película que resultó premonitoria y cuyos efectos se notarían en la inmediata campaña electoral. El síndrome de China, con Jane Fonda y Michael Douglas en papeles de reporteros de televisión. El guion se centraba en un accidente en una central nuclear, cuya eventual explosión de producirse de causaría-   decían literalmente - un agujero en la tierra que llegaría al otro lado del planeta, hasta China. El agujero real no llego a producirse, pero el escape de radiactividad al agua y a la atmosfera no tardó en hacerse realidad en el accidente de Three Mile Island, (la Isla de las Tres Millas) en la cercana Pensilvania. Inmediatamente apareció el movimiento antinuclear “No nukes” con multitudinarias manifestaciones en el gran mall washingtoniano, y más tarde en el sur de Manhattan, en la zona donde se desescombró el terreno donde se levantaron las Torres Gemelas y que usaban artistas para creaciones temporales en lo que se denominó “Art in the beach” (Arte en la playa).

            El funcionarial y anodino Washington se había convertido, de nuevo y de repente, en centro de protestas multitudinarias no conocidas desde el Vietnam y los movimientos raciales. Teníamos nuevo y fresco material para las crónicas de esta América que despertaba a la ecología, la defensa del medio ambiente, las energías limpias…, cuando ya quedaban escasos rescoldos de la era anti-Vietnam. En las mismas fechas se estrenó El cazador (The deer hunter) de Michael Cimino, que arrasó en los Oscar del año con cinco estatuillas y puso sobre la mesa con toda su crudeza las heridas abiertas por aquella guerra lejana que había traído a mucho mutilados físicos y psíquicos de vuelta a casa. Meryl Streep hacia su primera aparición estelar junto al inevitable Robert de Niro y a Christopher Walken. Si impacto fue tremendo. La resaca de Vietnam se hizo más evidente. Cimino se convirtió en director de culto y la película ya engrosa la lista de las mejores de la historia. En 1996 la Biblioteca del Congreso la catalogó como “cultural, histórica y estéticamente significativa”, siendo seleccionada para su preservación en el National Film Registry. También sucedía, su parte local, en Pensilvania, en la zona de Harrisburg, un feuda tradicionalmente demócrata por sus obreros de las acerías, que Trump consiguió en cambio atraer a su candidatura para conseguir su ascenso a la presidencia. Estos elementos iban creando un nuevo relato de fondo para la inminente campaña de reelección. Carter y su equipo iban abrazando estas nuevas ideas que suponían un choque contra interés de grandes corporaciones. Energías limpias, menos armamento, acuerdos de paz, …  Parecía que la protestas del 68 se institucionalizaba y que Carter era su buen pastor.

           

 

CONFIANZA Y RESPETO

            Una de las principales claves de un candidato a la presidencia es generar un aura de respeto, dentro de un clima de confianza.  ¿Es lo que busca Kamala con su sonrisa constante y sus trajes de chaqueta de corte militar? Jimmy Carter estaba en la mitad de la balanza. Un buenista para unos, un débil para otros. Desde el campo republicano se iban analizando sus flancos débiles para presentarle batalla en las inminentes elecciones. Iowa ya era el objetivo del enero del 80. Carter aceleró su acción en política exterior bajo la batuta de un impecable Secretario de Estado Cyrus Vance y la venta de sus logros a través de sus aseados portavoces: Hodding Carter y Jody Powell. Iban lanzados. No nos faltaba material para las crónicas. De repente, del siempre tenso y árido Oriente Medio u Oriente Próximo, del que escribíamos un día sí y otro también, sacaron un impensable fruto del desierto con los acuerdos de Camp David. Yasser Arafat en América, convertido en portada junto al halcón israelí Menachem Begin. La más extraña pareja, ahora unida. Había que verlo para creerlo. Además, firmó la controvertida cesión del Canal a la soberanía de Panamá, negoció el tratado SALT II para reducción de misiles con la Unión Soviética y culminó el proceso iniciado por Nixon estableciendo relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China. El flanco exterior bien protegido para afrontar una campaña frente a un probable novato republicano en estas cuestiones. Con la solidez de los años en pantalla, Walter Cronkite relataba cada noche en sus treinta minutos de la CBS esta nueva cara de América. Antes de su “And that´s the way it is”, asistíamos a una remodelación de la acción exterior de los Estados Unidos y a un creciente cambio en las reivindicaciones de las calles americanas. La resaca de Vietnam y del Watergate se iba evaporando. Era el informativo más seguido.

           

¿TEHERAN TAMBIEN CONTROLA ESTA CAMPAÑA?

Para periodistas de la época aquello era un duermevela, pero para Jimmy Carter lo que se avecinaba era una pesadilla. Los republicanos querían volver al poder y lanzaron una avalancha de candidatos. George Bush iba en cabeza. Al hombre del petróleo de Texas no le gustaban las veleidades ecologistas del actual presidente. El equipo de Carter confiaba en mantenerse ante un hombre con mucho curricular pero falto de verbo y carisma. Bush había presidido la CIA, había sido primer embajador en China. Sobradamente preparado, pero con un perfil físico poco atractivo y un discurso cortante.

Lo que se veía como un asunto lejano- aunque tan ligado a la fuente del petróleo –como era la revolución que se había levantado en Irán, y que obligo a exiliarse al Sha, llegaría a tener una influencia crucial en las elecciones que ya se avecinaban. Carter accedió a que el Sha de Persia recibiese tratamiento médico en Estados Unidos y los radicales iraníes dieron una vuelta de tuerca más, acentuado la línea islamista extremista que se mantiene hasta nuestros días.

Lo que empezó como una algarada, tras un primer ataque a la Embajada norteamericana, se convirtió en la noticia de una crisis interminable. “América tomada como rehén” se titulaba un informativo especial a una hora inédita, las once de la noche, presentado por uno de los periodistas más destacados de la cadena ABC, Ted Coppel. Pasó de especial a informativo regular. Cada día se iba sumando una fecha más a los días de cautiverio. Nightline fue el nombre final del programa, seguido por un Día 23, día 57, día 128, … La noticia se contagió al mundo. Era un tema candente cada día y cada hora. Si salías de cena con los amigos, tenías que mantenérsete conectado, ir con el auricular de la radio puesta y sintonizada en 1010 WINS, la emisora Todo Noticias. (“Nos das 20 minutos y te damos el mundo”) porque en cualquier momento se esperaba el desenlace. Carter intento un rescate fallido antes de que los helicópteros llegase a Teherán. El punto y final no llegaría hasta que culminase por completo la campaña electoral. Tal era el cálculo que habían hecho los iraníes, que empezaban a tomar la medida al todopoderoso “Imperio Americano “, como años más tarde se la tomaría Bin Laden.

La campaña electoral del 80 se descompuso. Carter era un candidato herido. Los republicanos apretaron con un ticket compuesto por el locuaz y telegénico Reagan y el calculador maniobrero en la sombra George Bush padre. Además, alguien colocó a un tercer candidato republicano con trazas de independiente, John Anderson, para intentar robar votos demócratas. Cerca ya del verano del 80, Carter siguió prendiendo su antorcha de la política exterior para afianzar la inminente campaña electoral y con motivo de la cumbre del G7 en Venecia hizo un tour a la europea. Fue mi primer viaje internacional con la caravana presidencial, y asistí en butaca preferente al espectáculo de ver a la Casa Blanca al completo volando de país en país. Todos los servicios habituales de Washington se trasladaban de una capital a la siguiente. Se dormía poco, porque salíamos antes que el presidente para cubrir la llegada del Air Force One y cubríamos todos los eventos, photo calls, ruedas de prensa, … sin faltar un detalle.  Allí estaban los entonces nombres míticos de la política mundial ya barridos por el viento de la historia:  Valery Giscard d´Estaing, Helmund Schmidt, Cossiga, Trudeau… y Margaret Thacher.

 

Ni con las escalas europeas, para reforzar su imagen de líder mundial, pudo fortalecerse Carter. La estrella del presidente había palidecido. Llego a la convención de Nueva York, en el tórrido verano del 80, con los delegados suficientes para alcanzar la nominación, pero con el prestigio mermado. La estrella ascendente, que podría lograr salvar los muebles frente a la creciente amenaza republicana, era la del tercer Kennedy.

Aquel extraño cruce de caminos entre Irán y los Estados Unidos, había convertido la campaña electoral americana en doblemente atractiva California y Nueva York tendría que caer del lado de Carter. Texas y Florida para Reagan. Las cuentas estaban demasiado apretadas, y el ambiente estaba tan picante como la comida oriental.

En la noche electoral mirábamos a la pantalla que mostraba el mapa de los Estados Unidos tomando estado a estado un color cada vez más rojo, el color de los Republicanos, y de su pareja para derrotar al ticket Carter-Mondale, con Reagan y Bush. Nos acercamos a la fiesta del Partido Demócrata en un local de Times Square y la encontramos medio vacía. Se mascaba la derrota. Volvimos a hacer nuestras retrasmisiones ya de madrugada en Madrid, sus envíos para la agencia y contemplamos cariacontecidos como el país más poderoso del mundo había sido saboteado por los ayatolas, iniciándose una nueva era en cuya estela aún vivimos.

 

EL ACTOR PRESIDENTE, O VICEVERSA

            Un descrédito, parecido al soportado por Trump, envolvió desde el principio a la candidatura de Ronald Reagan, tachado de ultra, anticuado, insolvente…por ser amable en los adjetivos. El Village estaba lleno de carteles personalizados ridiculizando al «actor que quería convertirse en presidente». Lo cierto es que Reagan atesoraba otras cualidades. Aunque como actor nunca superó la barrera de secundario, fue líder sindical de su gremio y luego hizo tablas de marketing sobre el escenario como portavoz de la General Electric. Así que cuando los republicanos de California buscaron un recambio para el eterno gobernador republicano Brown en 1966, pensaron en él. La decisión la había tomado el sanedrín de los grandes empresarios del estado más rico de la Unión. Y sin duda fueron los pesos pesados que le apoyaron en su candidatura a la presidencia, superando a su buen posicionado contrincante George Bush padre, que le acompañó finalmente en la vicepresidencia.

            Cuando cuatro años más tarde vivimos la siguiente campaña. Reagan se había hecho un tótem de la revolución conservadora, junto a Margaret Tathcher en Inglaterra. Su dominio de la escena fue tan espectacular, como el giro que imprimió a sus políticas. Ahora es considerado como uno de los presidentes históricos del país. En la campaña del 88, la convención de Houston le volvió a coronar, mientras el demócrata Walter Mondale y la primera mujer en el ticket presidencial, Geraldine Ferraro de Nueva York, sucumbieron al peso de la apisonadora conservadora. Pasó finalmente el testigo al vicepresidente George Bush, padre que triunfaría sobre Mike Dukakis. Otras campañas en las que de nuevo el marketing mordió las esencias de la democracia en un proceso que no ve fin.

Campañas cada vez más caras, tensas (como la del recuento de las papeletas mariposa en Florida que dieron finalmente la pírrica victoria a Bush hijo sobre Al Gore), y también más novedosas con el empleo de los señuelos digitales (Obama). Un tweet ahora vale un buen puñado de votos. O eso nos hacen creer. Hasta que llegó Trump y rompió todos los moldes. Ahora lo importante es hacerse notar en redes. Los programas han quedado relegados.  Si no fuese porque las guerras claman una solución, pensaríamos que estamos ante un mero reality televisivo. Pero lo cierto es que el mundo se la juega a través del voto de los ciudadanos de los Estados Unidos, cada vez más confusos y perplejos ante unas opciones que no interesan, por repetidas o por desconocidas. Sin duda, la democracia americana ya no es lo que era

 

 

Javier Martin-Domínguez fue corresponsal en Estados Unidos durante una década.

 

 























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