CUANDO SOÑAR FUE DELITO. (Con Ava y Vicent en la noche de Madrid)Por
Javier Martin-Domínguez
Bajo la noche espesa del franquismo, hasta soñar era delito. Unos soñaban con la libertad, otros en echar un polvo con Ava Gardner. Todos iban en el mismo barco que solo cuando navegaba la noche podía encontrar puerto. Quien vivió el mundo de los serenos, sabe que la luna tenia sus luces muy limitadas sobre Madrid. Solo alumbraba a cachos. Y era mas lo que ensoñaba que lo que iluminaba.
Como un buen reportero de época, Manuel Vicent abre en canal la noche de aquel Madrid que tenia sus polos opuestos en el malo de clase bien llamado Jarabo y en la inalcanzable estrella conocida por Ava.
Viene a la capital un chico de Valencia que quiere inventarse la realidad, o sea hacer una película, para que la cruda realidad de la época se edulcore o tome cuerpo celeste. Está de portero de su sueño el ya colocado Berlanga, y asisten de coro celestial una tropa desigual de intelectuales que se arrastran del Chicote al Gijón y vuelta. Con estos mimbres urde Vicent una trama de cine negro, con gatos que chapotean en charcos de sangre y flamencos que asaltan las sabanas de la comehombres de Hollywood.
Sabe el autor en sus carnes que solo el sueño te salvaba de la modorra gris imperante de la época. Por eso Ava no es solo la mujer mas bella del mundo que surcaba las calles de la ciudad mas apagada de Occidente; era sobre todo el anhelo de poseerla aunque fuese en una foto para salvarse así mismo de una vida ya anulada nada mas nacer.
Usa Vicent, con su modo habitual entre cáustico e insolente, un mecanismo del bien y el mal, de lo crudo y lo masticado, de la bestia y la bella como juego de contrarios para hacer una novela en desarrollo espiral, que nos va metiendo en su túrmix, atascados en el sueño que puede ser realidad. Convertir la pesadilla general en sueño particular. Una metáfora de un mundo putrefacto que es tan real que resulta casi inverosímil. Y fue ese el mundo que vivieron, el mundo que otros oteamos mas tarde, escrito aquí con las palabras que mas certeramente lo describen, hilado como un bordado que es un arte de aguja fina que Manolo Vicent controla como nadie. Vicent no escribe, mas bien borda con el diccionario del momento. Y espolvorea aromas del tiempo para que la memoria quede impregnada sin remedio.
Queda para expertos en anatomía de estrellas, si la protagonista en verdad tenía una cicatriz en la apéndice y una peca en la teta. Nuestro protagonista lo soñó tantas veces que seguro que tuvo que hacerlo real. Como el propio autor, que certifica su encuentro con la bella en un garito de la noche madrileña, poblada de gente de novela, transeúntes entre las tinieblas de un tiempo frio y malgastado si no tenias un sueño que soñar.
Javier Martin-Domínguez
Bajo la noche espesa del franquismo, hasta soñar era delito. Unos soñaban con la libertad, otros en echar un polvo con Ava Gardner. Todos iban en el mismo barco que solo cuando navegaba la noche podía encontrar puerto. Quien vivió el mundo de los serenos, sabe que la luna tenia sus luces muy limitadas sobre Madrid. Solo alumbraba a cachos. Y era mas lo que ensoñaba que lo que iluminaba.
Como un buen reportero de época, Manuel Vicent abre en canal la noche de aquel Madrid que tenia sus polos opuestos en el malo de clase bien llamado Jarabo y en la inalcanzable estrella conocida por Ava.
Viene a la capital un chico de Valencia que quiere inventarse la realidad, o sea hacer una película, para que la cruda realidad de la época se edulcore o tome cuerpo celeste. Está de portero de su sueño el ya colocado Berlanga, y asisten de coro celestial una tropa desigual de intelectuales que se arrastran del Chicote al Gijón y vuelta. Con estos mimbres urde Vicent una trama de cine negro, con gatos que chapotean en charcos de sangre y flamencos que asaltan las sabanas de la comehombres de Hollywood.
Sabe el autor en sus carnes que solo el sueño te salvaba de la modorra gris imperante de la época. Por eso Ava no es solo la mujer mas bella del mundo que surcaba las calles de la ciudad mas apagada de Occidente; era sobre todo el anhelo de poseerla aunque fuese en una foto para salvarse así mismo de una vida ya anulada nada mas nacer.
Usa Vicent, con su modo habitual entre cáustico e insolente, un mecanismo del bien y el mal, de lo crudo y lo masticado, de la bestia y la bella como juego de contrarios para hacer una novela en desarrollo espiral, que nos va metiendo en su túrmix, atascados en el sueño que puede ser realidad. Convertir la pesadilla general en sueño particular. Una metáfora de un mundo putrefacto que es tan real que resulta casi inverosímil. Y fue ese el mundo que vivieron, el mundo que otros oteamos mas tarde, escrito aquí con las palabras que mas certeramente lo describen, hilado como un bordado que es un arte de aguja fina que Manolo Vicent controla como nadie. Vicent no escribe, mas bien borda con el diccionario del momento. Y espolvorea aromas del tiempo para que la memoria quede impregnada sin remedio.
Queda para expertos en anatomía de estrellas, si la protagonista en verdad tenía una cicatriz en la apéndice y una peca en la teta. Nuestro protagonista lo soñó tantas veces que seguro que tuvo que hacerlo real. Como el propio autor, que certifica su encuentro con la bella en un garito de la noche madrileña, poblada de gente de novela, transeúntes entre las tinieblas de un tiempo frio y malgastado si no tenias un sueño que soñar.
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