17.7.19

Mi Viaje a la luna

MI VIAJE A LA LUNA. Eclipse y lluvia de estrellas.        
               

Se cumplió el sueño de un verano. Y no hay nada mas grande que cumplir el sueño de  verano. Y no le hay mas alto si es el de tocar la luna. Yo espere paciente y casi asustado al lado de mi padre hasta que el aparato philco que había venido de America nos enseñase coo una nave hecha de luz y pintada en blanco y negro se posaba entre cráteres para hacernos sentir el extasis de la humanidad. Todos, yo tambien, hablamos pisado la luna. Como si todos los sueños se encerraran en uno, en este de estar absorto ante un televisor y creer que todo, todo era ya posible.
           

 Fue la primera vez, y la última conocida, en la que la humanidad al completo  vivió unida a través de la electrónica una experiencia de felicidad colectiva al conseguir un nuevo reto, en el verano del 69. El hito de la primera retransmisión televisada a todo el mundo desde fuera del planeta ya fue un alarde en si mismo. Pero lo más grande fue el sentido de comunidad creado entre los terrícolas que veían juntos como un hombre llegaba a la luna, y con él todos nosotros. El mas soñado de los viajes se había hecho realidad.
            No por sorprendente había dejado de ser previsto. La bola luminosa que marca nuestras mareas siempre había querido ser alcanzada y tocada. En el mundo moderno fué Méliès quien cautivó a las audiencias de las primeras salas de cine en 1902 con un Viaje a la luna repleto de trucos para asaltar la imaginación. Fue el primer paso para dar verosimilitud al sueño. Aquella gran operación de efectos especiales bebía en las fuentes del gran Julio Verne que a finales del siglo XIX había publicado la novela De la tierra a la luna en la que incluía tantas premoniciones como la de que serian tres los ocupantes de la capsula espacial. “La apoteosis fue digna de aquellos tres hombres, que la fábula hubiese sin duda elevado al rango de semidioses”, es su frase final.
            El viaje de verdad remató los convulsos años sesenta en los que el mundo apostó decididamente por saltar muchas fronteras. La revuelta de los adoquines del Mayo del 68 francés y los movimientos de liberación del hipismo americano dejaban a las claras que los tiempos estaban cambiando. Una nueva sociedad pedía abrirse paso y sería John Kennedy quien tomase la bandera para hacer posible lo imaginado incluso en la conquista del espacio.
Sin duda que el reto fue consecuencia de la competencia de los bloques. La Unión Soviética iba por delante de los americanos, lanzando el primer cohete, subiendo al espacio a la perrita Laika y colocando en órbita al primer astronauta, Yuri Gagarin. La respuesta debía ser contundente, por espectacular, y se decidió colocar a un hombre en la luna. El resto es historia.
            Solo unos cuantos aventureros del mar fueron testigos y protagonistas de la conquista precedente jamás imaginada, la de América. Y se necesitó un viaje de vuelta para contarla y hacerla creíble. Para la gloria instantánea a Colon le faltó la televisión. Y no solo eso, que en cada casa hubiese un televisor. Esas imágenes empañadas de ruido electrónico, de nieve en el argot del medio, con escasa definición y acompañadas de un sonido deficiente no habrían sido suficientes para certificar el mayor logro de la humanidad en todos los tiempos si solo hubiesen podido verse en la base de la NASA en Houston. Debían ser compartidas por todos para ser asumidas y entrar así definitivamente en una nueva era. El nuevo gran salto de la humanidad, en voz de Neil Armstrong. Ya nada sería igual. Asumimos en aquel instante, tan perplejos como ilusionados ante la tele en blanco y negro, que era posible realizar cualquier sueño.
            Siempre ha habido descreídos que vieron el asunto como una engañosa producción televisiva de bajo presupuesto. Quizá porque solo un año antes de la misión lunar, en 1968 las salas de cine habían llegado a un futuro mas lejano con la proyección de la obra maestra de Stanley Kubrick “2001, una odisea espacial”. Sus fotogramas están a años luz  de las pulsantes imágenes televisivas, y todavía hoy permanecen vivas y actuales dando verosimilitud a la ciencia-ficción. Kubrick llevó mucho mas lejos la conquista visual del viaje de los viajes transportándonos no solo hacia Júpiter sino al otro lado de la consciencia. Y además introdujo el concepto de la maquina que se revela contra los humanos doblando la esquina del embelesamiento tecnológico en el que la conquista del espacio nos podía embaucar. Otros dos ingleses, los hijos del gran Nicholas Roeg y de David Bowie firmaron un nuevo salto cinematográfico que aúna las dos grandes historias con la película “Moon”, en la que un ingeniero lunar se ve sometido al chantaje de una maquina que no le deja regresa a tierra.
            Y vuelta a empezar. Los conquistadores conquistados. Metidos de pies y manos en el mundo digital quizá no sepamos discernir si lo visual es cierto, si la realidad puede ser recreada y nos preguntemos como de real es lo real. Para García Lorca-  que también cayó en la tentación de hacer en Nueva York un Viaje a la luna, mitad poema, mitad guión –pesaron mas los aspectos oníricos y el concepto de cara oculta y doble personalidad que las elucubración científica. Pero esa ilusión poderosa de la conquista de “lo otro”, que llevamos a la pantalla con la maestría de la luz de Javier Aguirresarobe, volvía a dar la razón a los poetas: la conquista de la luna no es posible, ni cierta. El viaje a la luna, mas allá de la NASA y sus astronautas, siempre estará por hacer. Es parte del sueño y la quimera de los hombres, que unas imágenes borrosas de televisión no pueden truncar.  Era un sueño. Y lo seguirá siendo. En el duermevela de la vida los eclipses y las lluvias de estrellas son los que marcan el sendero, la vía siempre accidentada, homerica para aterrizar un día en la luna. Bendito viaje!  
             

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