ESPEJOS
EN EL JARDIN.
Ais y Diezma en el Botánico
Por
J. Martín Domínguez
Pasear el otoño
en los jardines del Botánico es el mejor ejercicio para armonizar los sentidos,
y muy especialmente el de la vista, antes de que el invierno nos lleve a la
monotonía. La gama de rojos, amarillos, ocres, verdes y demás colores se estira
hasta llenar una paleta sin limites. Debe llevar al éxtasis a los pintores o al
paroxismo. Este otoño madrileño tan poco amigo de las aguas le sienta bien a
este pequeño paraíso donde cada metro andado es un paso mas hacia la maravilla
vegetal. Lo mejor que se puede hacer aquí es mirar. Mirar sin parar. Descubrir variedades
desde arbolotes inasibles a pequeños bonsáis también coloreados de otoño.
Meterse en las estufas y creerse en la selva, la jungla o un desierto. Y
perderse finalmente entre los historiados paseos hasta encontrar una puerta
qun nos mete en otra algarabía de formas y clores: las galerías de exposiciones,
donde ahora presentan sus caprichos artísticos José Ramón Ais ( Parque
natural), y Jorge Diezma (El florero en flor)
Hay que ser muy
atrevido- un don común a los artistas –para presentarse en este paraíso natural
con flores y paisajes artificiosos, que quieren competir o al menos
superponerse con el bien natural que arropa en el exterior sus propuestas. Pero
sin entrar en desigual batalla, ambas salen triunfantes de este maridaje con la
naturaleza, con procesos que buscan la belleza, recrearla y ofrecerla a
nuestros ojos como un jardín.
La serie Paisaje
Natural, de Ais, esta compuesta por doce fotografías, “en las que se ofrecen
diferentes vistas de un parque natural ficticio”. La perfección fotográfica es
tal que uno daría por reales estos mundos naturales. Pero en el fondo y en la
forma son collages de fotografías hechas en el natural y recreadas hasta
componer un nuevo paisaje, que bebe en las fuentes de la composición clásica y
de la tradición pictórica. El artista explora los mecanismos de construcción de
nuestra mirada sobre la naturaleza, aunque dice que su pretensión es la de
intentar ofrecer la sencilla experiencia sensorial de un paseo.
Abigarrada, plena
y monumental la imagen de estos parques roza lo sublime; de tal conglomerado
natural sentimos el fulgor del éxtasis con el elemento paisaje como figura metafórica
y espiritual en la línea mística de un san Juan de la Cruz.
Asomadas también
al botánica, las pinturas de Jorge Diezma buscan otro juego con el espectador.
No es baladí su titulo de El florero en flor. Naturaleza seleccionada,
aprendida, recolectada para formar un bouquet que nos amenice el ojo. Así es
recogida y representada, con ese trabajo imposible para todos que es el de
pintar la flor. La representación realista tienen aquí un punto de figa que es
el estiramiento del lienzo con pinceladas abstractas que estiran los colores
por las paredes y crean un nuevo campo de visión para la flor del florero.
Estas propuestas de naturalezas muertas, tan vivas de color, se salen de la
pared y quieren jugar a maridarse con los jardines que asoman por los grandes
ventanales de la sala del Botánico. Aquí, en la obra de Diezma, las flores ya
no son flores, sino pintura de lo bello que crea nuevos espacios, nuevas
dimensiones, nuevas sensaciones en un campo de juego que supera al jardín. La
flor se nos mete dentro, es un pensamiento, un juego en las pupilas, que nos
hace dudar de que es la naturaleza y lo natural, cual es la flor y cual el
florero que la contiene.
Colocar espejos
en un jardín siempre es un juego de alto riesgo, del que salen victorioso los
actuales paseantes del Jardín Botánico.
Javier Martín-Domínguez
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