LA GRIETA DEL ENOJO
Javier Martín-Domínguez
Segundas partes siguen siendo buenas, en el caso de Isabel.
Con el poderío que mostraron los trece capítulos de la primera tanda,
convenientemente reemitidos este verano, no se necesitaban muchos cambios o
sorpresas para seguir convenciendo. Un primer requiebro adelantó el tiempo
histórico para mostrarnos la llave de Granada y los aires de morería. No era
mas que un guiño a lo que está por venir. El nuevo capítulo, repleto de tramas
e intrigas, tenía un meollo mejor: Los celos de poder y personales entre la
nueva pareja real. Castellana seca o mujer de armas tomar, Isabel templa y
juega con un Fernando ávido de completar su conquista matrimonial y
territorial. A los fríos y calculadores ojos de Jener, se enfrenta la pasión
que lleva Sancho en el ADN familiar. Por momentos despuntaba la energía
volcánica que caracterizó a su padre Sancho en los recursos actorales del hijo.
El personaje crece y promete. La esperada lucha de poder de serie histórica se
trasmuta en un juego de titanes entre los monarcas y esposos, antes de
aterrizar en el pacto del Tanto Monta. Hubiese deseado que el desafío entre
Isabel y Fernando se hubiese prolongado mas porque era el meollo del capítulo.
El erotismo se queda corto en la serie, comparada con Juego de tronos. Pero
sobresale el maquiavelismo isabelino, jugando a fomentar los celos de un
Fernando aterido de frío a las puertas de Segovia. Mientras, otros hurgan en
esa grieta del enojo entre la pareja. Entran en escena para asaltar el trono el
rey de Portugal y los valedores de La Beltraneja. Lástima haber perdido a un
Gines Millán en el papel de Villena, tan malo e intrigante como el reverendo
Carrillo. Quedamos pues enredados por las intrigas palaciegas y las batallas
que anuncian, prometiendo fidelidad a Isabel cada lunes. Y tambien al aragonés
Fernando, para tranquilidad del conseller Mascarel al que todo esto le parecerá
pura anomalía. Pueden contratarlo
para el guión de la próxima secuela. Como programa de humor- o de terror -no
defraudará. Por ahora seguiremos con el anómalo caso de la reina que sí reinó.
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