12.10.11

STEVE JOBS, LA MANZANA ENCANTADA

Solo un escaso número de los ilimitados elogios dedicados a Steve Jobs se han escrito en sus ordenadores Mac. La estadística dice que en la actualidad la cuota de mercado mundial de Macs es inferior al 5%. Sufrí como otros las chanzas de los amigos por usar un ordenador 'no compatible' y tuve que peregrinar en busca de talleres escondidos o recurrir a miembros de la secta de la manzana para conseguir un repuesto o arreglar una impresora. Yo descubrí la manzana cuando un matemático soltó en una charla de café en Nueva York: «Apple habla como tú, y los Pc's usan un idioma extranjero». Sus ordenadores eran bonitos y su pantalla te ofrecía iconos, dibujos y sonidos amigables. Pero lo importante es que su sistema operativo obedecía a una lógica aristotélica, en lugar de perderse en un intrincado arcano de teclas numeradas para llegar a una solución. No estaba claro si los usuarios de Mac éramos los listos o los vagos, hasta que el mundo del grafismo, la edición o el diseño los abrazó de forma absoluta. Te permitían hacer todo de forma mejor y mas fácil. Al final se produjo prácticamente una 'boda por poderes' que acercó los sistemas operativos de ambas corrientes y compatibilizó el intercambio de archivos en este mundo instantáneo y global. Pero el genio creador de Jobs fue más lejos y conquistó el mundo del sonido con el ipod, y el del multimedia personal con el iphone y el ipad. El milagro de la manzana encantada se había consumado. Las profecías del nuevo mundo digital las lanzó Marshall McLuhan. Sin la asunción de que «el medio es el mensaje» o el concepto de «aldea global», ni Jobs ni nosotros -los usuarios- abríamos abrazado tan rápida y felizmente esta revolución. Algunos piensan que todo estaba ya ahí. Pero había que verlo. Como Newton entendió la gravedad con la manzana, Jobs ha sabido obrar el milagro de multiplicarlas, y ejercer de Eva con sus atractivos diseños para probarlas. El discípulo del profeta ha muerto justo en el centenario del visionario profesor canadiense. McLuhan y el padre del Mac comparten ahora altar en la eternidad digital

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