Hubo un tiempo, ya tan lejano, que España permanecía encerrada entre las faldas de la mesa camilla, sofocando los cerebros con humos de rancio brasero. Un tal Eguillor retrataba a las cascarrabias apoltronadas, con morcillas sobre sus cabezas, con frases como esta: “Que poco fuste tiene el mundo…Los curas ya no son curas. Las misas ya no son misas. Los chicos ya no son chicos con esas melenas” (Triunfo. 12-9-70). Era su columna dibujada, aupándose entre el inmovilismo, para hacer viajar la imaginación ante un mundo de prohibiciones. En aquel tiempo de leer y reir entre líneas, los humoristas nos daban un respiro. Feiffer, Saltés, OPS, Chumy Chumez, Regueiro, Ric-Ric y Eguillor se tomaban, por nosotros, el mundo ( y sobre todo España) a risa, o al menos con humor, para soportar el encierro interior. Unos años mas tarde, en plena transición, ese chico altote, con cara aniñada y permanentes ojos de sorpresa, se fue a hacer las Americas. Apareció por Washington, donde yo compartía corresponsalía con Juan Yuste, Curri Valenzuela ,Juan Roldan y Rafael Ramos. El objetivo de Juan Carlos era comerse America, hacer el “cross-country”, atravesar el país continental de Este a Oeste. Y allí estábamos los residentes aportando alternativas. Se podían conseguir coches gratis para hacer la ida, depositándolo en la casa de alquien que había hecho su mudanza a California. Tambien estaba- aún está – “La tortuga verde”. Un autobús a lo hippie, lento y comunitario. Y en fin, la alternativa clásica del galgo gris, los autobuses regulares de línea Grayhound. La opción mas barata, lenta y arriesgada, porque te cruzas con cualquier tipo en ese inmenso país donde cualquier puede llevar una pistola y nadie es de ninguna parte. Eguillor debió meditar sus opciones y apareció al día siguiente por mi oficina del National Press Building. Algo había cambiado en él, que su presencia, siempre agradable, resultaba chocante. “¿Pero cómo vas así?”. Eguillor se había calzado un cuello clergyman, en plan cura del aggiornamiento. “Pues yo creo que así voy a viajar mas seguro. Nadie se mete con un cura”. Reviso ahora aquellas mesas camillas y sus diálogos eguillorianos, y me entra la risa que es la mejor forma de recordar a este hombre brillante que ataco la historieta con transgresora maestría. Y que termino digitalizando Las meninas velazqueñas para dejar una huella imborrable en el arte, y entre todos nosotros.
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