23.6.10

EL GATO MONSIVAIS

    “No te acerques por su casa, porque no podrás soportar el hedor a gato”.  El consejo de mis amigos mejicanos me hizo desistir de la visita al altar mayor de la heterodoxa  intelectualidad del país, y terminamos charlando en un higiénico salón de hotel. Unos ojos chispeantes y una honda voz acompañaban los relatos de Carlos Monsivais sobre una cultura explosiva. Dardo en la palabra y memoria de elefante, el rey de la jauría desgranaba historias como si fuera el autor del mundo enciclopédico de los sueños de altura en México.
    Abordamos aquella tarde la figura clave del desarrollo surrealista en América, la británica Leonora Carrington, y Monsivais recordó cuando se colgó la sotana para tomarle confesión en la película “Un alma pura” de Juan Ibáñez, con guión de Carlos Fuentes.  Al rato de despedirnos, aparecía en el noticiario televisivo de la noche impartiendo doctrina. Así estuvo siempre , en medio de todas las salsas, ejerciendo de intelectual activo y comprometido. Por eso, las palabras que le dedicaba a Leonora, me sonaron  a un trasunto de su propia personalidad: “Lo que le he visto todo el tiempo es un interés por no perder el sentido común, el sentido crítico y la  distancia que la separa de esa realidad en donde el arte no tiene nada que hacer. Ahí es donde se ha ido dando ese fenómeno extraño que es el de una mujer que no ha perdido nunca el estilo, que no ha perdido nunca el deseo de trabajar artísticamente y que no tiene ideas preconcebidas sobre de sí misma que la cerquen o que la encierren.”
    Voz de la modernidad y  de los oprimidos,  Monsivais era un hombre de libros pero  que estaba en la vida y en los medios apostando siempre por las mas difíciles causas. Hace unos meses Eulalia Gubern  me adelantaba la noticia de la desdicha del rey de los gatos adoptados,  que había sucumbido ante ellos. “No hay una aspiradora que le saque el pelo felino de sus pulmones”. De apariencia suave y letras como zarpas, Monsivais se ha trasmutado al fin  en esfinge de la verdadera cultura mexicana. El gato Monsi ha marcado un amplio territorio difícil  de llenar.

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