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Nadie es una isla. Por Javier Martin-Dominguez
El coronavirus ha cambiado el mundo. Ha trastocado nuestras vidas y afectado prácticamente a cualquier actividad humana, también y mucho ha influido en el periodismo, en la forma en que nos comunicamos y la credibilidad de los medios ante sus públicos. Esta situación de trasformación obliga a una profunda reflexión sobre el papel de los medios y de los periodistas. Lo primero es analizar cómo se ha actuado ante esta tragedia mundial. Tener los datos de qué pasó, cómo se contó y qué credibilidad tuvieron los medios de comunicación en relatar lo ocurrido.
Un buen punto de partida para saber cómo ha actuado el periodismo en la pandemia es el trabajo de campo de 19 profesionales del periodismo en 19 países distintos. En esa línea de investigación se empleó nuestro compañero Pedro Lechuga que movilizó a otros tantos colegas en diferentes puntos del globo para hacer una radiografía de urgencia a cómo hemos actuado ante esta amenaza invisible, primero lejana pero que que se hizo cada vez mas cercana y mortal. Este texto de Javier Martín-Domínguez, presidente del Club Internacional de Prensa, sirvió de prólogo al libro resultante de esta investigación de campo.
Estábamos en plena fiesta de la abundancia. Un mundo acortado por los viajes, una realidad salpicada de ‘selfies’ con monumentos a la espalda, con el cielo como único limite. Y de repente, nos vimos confinados al perímetro de una casa, de una habitación, con una única ventana a aquel viejo mundo global: internet, con sus escaparates digitales como único respiradero.
Ya dejó escrito Marshall McLuhan su profecía de la aldea global y los medios como extensiones del hombre. Pero en una pirueta del destino, el nuevo disparate distópico colocó a la humanidad que buscaba su billete a Marte sometida a un confinamiento extremo para escapar de la maldad de un enemigo invisible: el coronavirus, salido de la nueva China y extendido a velocidad de reactor por todo el planeta. Quedamos prisioneros, incapaces de controlar el mundo, pero con una herramienta de comunicación de la que ni soñaban en las antiguas pestes. Encerrados, pero informados. La cuestión era el grado de confianza en esas informaciones y la responsabilidad de quienes las elaboraban para una audiencia secuestrada.
Ni durante las grandes guerras, denominadas “mundiales”, fue tan abarcador y común el sufrimiento y la muerte. No hay fronteras para un virus, y menos en un tiempo de verdadera globalidad como el que vivimos. El gran alcance de las comunicaciones, la facilidad de medios disponibles para cualquier tipo de viaje de una esquina a otra del planeta, han permitido el desplazamientos de personas y mercancías. Y también el de bienes o el de plagas.
Esta generación de la paz, del mundo sin muros, del crecimiento ilimitado , y también de la contaminación, el ruido y la velocidad de vértigo, se ha visto asomada de repente a una situación de guerra contra un enemigo invisible, que ataca de forma imprevista y que causa estragos de diferente naturaleza, pero siempre devastadores: mina la salud de las personas, agota los recursos sanitarios y hunde las economías.
De la sorpresa y la incredulidad inicial, pasamos al susto y la decepción, al miedo y el horror, a la impotencia y la rabia… Sentimientos encontrados que abrieron las puertas a muchas preguntas sin respuesta y a situaciones inéditas: hospitales improvisados, técnicas medievales de confinamiento, libertades congeladas. Sin cura clara para la enfermedad, el debate se trasladó del campo sanitario al político y al de la comunicación. ¿Estamos suficientemente informados, cómo debe ser la comunicación en un estado de crisis, se han saltado las salvaguardas democráticas en los estados de alarma, son fiables los partes médicos oficiales, quedamos al albur de la propaganda no contrastada del gobierno de turno o los Estados?
Se repite como un mantra verdadero que la primera baja en las guerras es la verdad. También en las pandemias. Sea por la falta de indicios que alerten para informar, sea por el interés de los gobiernos en tapar su incapacidad para una respuesta adecuada, sea por desconocimiento del mundo científico, sea por engaños manifiestos de agentes intermediarios…, en esta guerra a ciegas la verdad informativa ha palidecido y de forma flagrante.
En pocos casos son tan reconocidos como imprescindibles los medios de comunicación para ayudar a los ciudadanos a buscar una solución a sus problemas como en las situaciones de riesgo vital para las personas y la comunidad. La primera defensa ante esta crisis es la información, estar suficientemente alertados con datos objetivos e inteligibles. Al igual que el signo es la clave para identificar un contenido, el síntoma de la enfermedad debe ser reconocido para saber que debemos aislarnos y pedir ayuda. Por eso los medios han acentuado en este caso de pandemia la información básica de la identificación de situaciones de contagio, las vías para evitarlo y- si se ha contraído - para buscar la mejor forma de cura: desde el aislamiento a la hospitalización y los tratamientos adecuados.
El gran problema detectado al inicio de esta pandemia ha sido el del síndrome de “Pedro y el lobo”. Se nos ha avisado de tantos males en el pasado, que la llegada de este virus desde China fue tomada como un peligro para los locales y en definitiva como una crisis lejana que no llegaría a llamar a la puerta de casa. ¿Fueron lo medios poco diligentes o poco exhaustivos para alertar? Probablemente no. Quizá quienes no quisieron ver el peligro- por sus interés mezclados con el comercio y el negocio –fueron los gobiernos, ajenos al verdadero conocimiento científico y a las inversiones en sectores menos vistosos que las infraestructuras o los festejos habituales.
Un repaso a las informaciones de la prensa del momento inicial dejan claro que los medios sí alertaron del problema y del peligro. Unos con mas profusión o intensidad que otros. Pero los grandes titulares ya ocupaban las portadas y abrían los informativos audiovisuales sin que los gobiernos se apresuraran a poner coto a la trasmisión del mal.
Los higienistas, los médicos, los investigadores o los especialistas en pandemias afrontan este caso de dimensiones hercúleas como el reto al que dar una solución y del que aprender para montar un sistemas de salud que preserve no ya a unas personas o a unos nacionales, sino a toda la humanidad de ser afectada de forma tan grave que haga peligrar incluso supervivencia. En el caso del efecto sobre los medios, también es necesaria una reflexión profunda, un análisis multidisciplinar para sacar conclusiones para cualquier crisis en puertas, incluso la repetición de esta misma en fechas venideras.
Los retos para los medios son múltiples. Estar alerta, tener especialistas, analizar los datos concienzudamente, contrastar siempre la información oficial, adaptar la información médica o científica al lenguaje común, valorar en su justa medida los riesgos y las alertas que se comunican…
Este es un buen momento para hablar de “la rata de Camus”. No hay mejor receta para superar una crisis que afrontarla con total realismo, sin esconder los datos, ni esconderse ante la realidad. Solo así- con trasparencia, decimos ahora –puede una comunidad ser solidaria y afrontar todos a una la solución a un conflicto sobrevenido. Es crucial dar la alerta al ver el primer síntoma. Y actuar en consecuencia. Es el postulado de la novela premonitoria del autor franco argelino Albert Camus.
En su obra “La peste”, el médico protagonista se topa con una primera rata muerta en su camino, reflexiona y actúa. El portero del inmueble donde aparece esa rata niega su existencia categóricamente. El texto camusiano empieza así: “El doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. Ante la reacción del viejo Michel, vio más claro lo que su hallazgo tenía de insólito. La presencia de aquella rata muerta le había parecido únicamente extraña, mientras que para el portero constituía un verdadero escándalo. La posición del portero era categórica: en la casa no había ratas.”
Ante esta reaparición de la peste real en el siglo XXI, los técnicos vuelven a actuar responsablemente, mientras los gobernantes ponen cara de sorpresa, niegan la realidad, después buscan culpables y finalmente se ponen al frente de la manifestación.
En tiempo de guerra- que es en lo que se ha convertido esta gran crisis de salud –no estamos para reproches, pero si para analizar cómo debemos actuar. Y una vez superado el pico de la crisis, debemos mirar a fondo cómo llegó el problema, quién y cómo se contó a los ciudadanos, cómo fue la gestión, qué medios se pusieron y cuáles no estuvieron a punto… Todos esos ángulos han sido partes de una u otra forma de la forma en que los medios han ido contado esta historia aquí y allá, en España y en el resto de los países, porque todos han sido afectados de una u otra manera.
Por eso esta visión de mosaico que propone el libro sobre la aparición de la COVID y el relato de su influjo en 19 países es tan aleccionadora como necesaria. No se trata de apuntar a un culpable, sino de analizar desde muy diferentes ópticas el fenómeno y su traducción periodística. Buscar la verdad para salvarnos es el único objetivo que debe perseguir el oficio dedicado a buscar la verdad y contarla. En este libro encontraos una serie de caminos recorridos en diferentes partes del planeta para hacer luz de la mayor crisis vivida desde las grandes guerras del siglo XX.
Cuando Hemingway puso título al relato del cruel conflicto bélico español recurrió a un verso de John Donne, “¿Por quién doblan las campanas?”
El poema completo empieza diciendo:
“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente,
una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla;
la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;
doblan por ti”.
Toda la humanidad está irremediablemente unida, en la felicidad de la globalización y también en la angustia del devastador efecto del virus que galopa por todas las naciones. Nos queda, tras el dolor, la necesidad del análisis y la reflexión. El contraste de cómo los hemos reporteado y contado, desde tantos y tan distintos puntos del planeta, nos sirve aquí para tener una visión unitaria del fenómeno que nos permita ver mas allá de nuestra pequeña ventana y sentir todo el mundo como nuestro.
Encerrados con la ventana tecnológica abierta al mundo, nuestra salvación está en conocer la verdad, y entre la maraña informativa de la red de redes solo el periodismo es la garantía frente a la manipulación, la propaganda y las fakenews, el gato por liebre de la información. Quizá el periodismo no sea mas que una pequeña técnica de buscar y contar hechos y opiniones, pero se ha demostrado que sin su aporte informativo la humanidad se queda sola, confinada, mediatizada y perdida ante amenazas que solo se combaten con la medicina y con la verdad. Solo así tendremos salud y futuro
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