Ribalta nos reunió a un grupo de compañeros y amigos, Joaquin Diaz, Paco Ortega , Rafael Fraguas y yo mismo para presentar en Madrid su Cants and Encants, bellísimo disco, en el que el Ribalta de siembre quizá sea mas dulce que nunca.
Esta fue mi intervención:
"Como de un amigo todos contamos las cosas buenas, yo
creo que lo propio sería que alguien- yo mismo –saque a relucir sus defectos.
Quizás yo les amplifique, porque yo conozco sobre todo al Ribalta
Mundial, al que de verdad se ha pateado los caminos, desde Paris a Nueva York, donde nos hemos ido tropezando el
uno en el otro, siempre con la música y la poesía como argumentos de vida.
Pero vamos al asunto: a los defectos de Ribalta:
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Ribalta
es un testarudo. Un cabezota que diría un castizo. Si se empeña en algo, lo
hace. No se le pone nada por medio. Ni un océano le para. Llegó a Nueva York,
supo que allí estaban las Naciones Unidas, y no paro hasta cantar allí, para el
mundo entero. Un concierto memorable, por cierto.
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Ribalta
es un absoluto perfeccionista. Hasta extremos indecibles, Que lo digan sus
músicos, o los poetas a los que música a los que les da la brasa hasta el
limite, porque hay que conseguir la absoluta concordancia entre el fondo del
texto y su arreglo musical. Por eso sus discos rayan en la perfección y sus
conciertos son hondos y medidos.
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Ribalta
dice las cosas a las claras. En estos tiempos de gente meliflua y verdades a
medias, el señor Ribalta tiene el gran defecto de “cantar las verdades”. Unos
dirán que está loco, otros que es un hombre cabal.
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Hay
mas. Ribalta es un enfermo de la amistad. Es amigo de sus amigos. Le conozco
desde hace casi cuarenta años y no consigo despegarme de él….ni yo, ni nadie
que le conozca, porque a pesar de ser tan alto, tan grande es realmente como un pequeño osito
entrañable, que entre gruñido y gruñido se hace querer mas. Y si todavía te
resistes, se pone la gorra de capitán y te da un paseo por la ría hasta que
sucumbes.
Yo efectivamente
conocí a Ribalta de juglar por el mundo. En medio del acelerón de modernidad
que traían los años ochenta, Xabier Ribalta apareció en los Estados Unidos, con
la guitarra al hombro y su voz de tenor. Hablaba y hablaba de poesía, de sus
poetas catalanes tan queridos. Y nos los cantaba o nos ponía un disco de aquellos
a 33 revoluciones. La suya parecía una causa perdida: poesía musicada en las
tierras de Michael Jackson y Cindi Lauper. Música sin efectos, cánticos a
capela.
En aquellos tiempos, como en estos, Ribalta tenía muy
clara su misión, su voz y su música. Y los públicos que lo necesitaban, que lo
esperaban, también lo tenían caro.
Por eso terminó recorriendo América, la del Norte y la
del Sur, de costa a costa, de local en local, de universidad en universidad.
Y de paso- para contar algún secreto –tambien caía
entre canto y canto una langosta de Maine, en el restaurante del gallego Frank
en la primera avenida. Donde también compartimos cartel con Alberti, cuando la
prohibición de entrada a los comunistas dejo de aparecer en los papeleos del
visado…. Aunque quiza haya vuelto otra vez, que aquella América de la libertad
nos la están cambiando.
Gracias a un
hombre constante y testarudo, aquí estamos hoy fieles a su música y lo que es
mas importante, o quizá sea lo mismo, fieles a su amistad. Hemos hecho buenas migas en el
viaje por América o en el París de su aventura iniciática. Y siempre, con él, la poesía catalana, la música francesa, el
manjar asturiano, la amistad americana. Xabier
es tan grande, que abarca el mundo entero. Para acabar solo le pido-
además de seguir cantando -, que insista en sus “gloriosos defectos”.
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