Javier Martín-Domínguez
Con la muerte del intelectual aragonés Aurelio Orensanz (Larués, Huesca, 1940), el Bajo Manhattan ha perdido uno de sus principales motores culturales desde que reconvirtió con ímprobos esfuerzos una vieja sinagoga de la calle Norfolk en el Lower East Side en un centro de vanguardia, por el que pasaron desde Lou Reed a Al Pacino, Elies Weizel, Maya Angelou o Mandy Patinkin.
En enero de 1986, buscando un espacio que sirviera de taller de escultor para su hermano Ángel, encontraron una sinagoga que llevaba quince años cerrada e hicieron una inversión que “casi nos cuesta la vida”. En realidad, el sociólogo Aurelio Orensanz encontró una vida nueva. Su interés por la historia intelectual de Nueva York se vería colmado, pasando a ser uno de sus protagonistas, al emular con su actividad la reconversión que tuvo el barrio cuando a finales del siglo XIX se convierte progresivamente en la concentración judía mas grande del mundo. Orensanz estudió como “los grandes poetas, escritores y autores de teatro del Este de Europa se trasladan a este barrio que se convierte en la sede de la cultura Yiddish poco antes de la llegada del III Reich en Alemania. Abren teatros, periódicos, editoriales, cafés, salas de conferencias. La cultura Yiddish del Lower East Side es populista, étnicista, anarquista, arreligiosa, radicalizada, poética. Emma Goldman, los hermanos Marx o el futuro Nobel Isaac Bashevis Singer salen de ahí”.
El edificio en el 172 de Norfolk Street se construyó en 1849, por una oleada previa de judíos procedentes de Alemania, una comunidad integrada por nombres como Guggenheim, Strauss o Lehman profundamente influenciados por Heine y Marx. Adquieren el suelo y piden al arquitecto berlinés Alexander Saeltzer que les construyan la sinagoga mas grande del continente. Y la mas provocativa y arrogante. “Le piden que reproduzca la catedral de Colonia y que materialice la visión de la Reforma Judía, un movimiento alemán que trata de hacer del judaísmo una forma moderna, cultural y religiosa abiertamente, racionalista y cosmopolita. El resultado es este edificio singular con una bóveda de azul profundo y estrellas de oro que recuerda el firmamento. Las grandes claraboyas permiten la visión de la luna desde todos los puntos del espacio interior. Es un diseño mítico y utópico al mismo tiempo, como todo el proyecto revolucionario del XIX”.
Parapetado frente a los rigores del frio neoyorquino, en el piso bajo de la sinagoga Aurelio desparramaba su sabiduría histórica sobre el lugar destacando que “fue aquí, aquí mismo, donde los judíos procedentes de Alemania que levantaron el templo deciden americanizarse, dejar la línea ortodoxa y levantar una nueva sinagoga en el Norte de Manhattan”. Aurelio era un guía sin igual para descubrirte por ejemplo los lugares donde se debatía en Manhattan El Capital de Marx en yiddish o marcarte una geografía neoyorquina de Enma Goldman, haciendo de la historia de inmigración un tesoro vivo. En 1974 se cerró el templo y fue sometido a un despojo total. El Yiddish desaparece como cultura. Pero viene la contracultura y la generación beat. El expresionismo abstracto, el pop art. Allen Ginsberg, Robert Rauschenberg, Jasper Johns viven y trabajan en este barrio. Chinatown se expande a todo el barrio y aparece una cultura literaria hispana en español e ingles. Los hermanos Orensanz serian los siguiente en revitalizar el edificio y colaborar al resurgir del barrio.
Aurelio siempre tuvo un claro interés en los movimientos de vanguardia. Nos conocimos en mi época de reactor-jefe de la revista Comunicación XXI a la que Aurelio surtía desde su base en Londres de textos como “Festivales pop. Las fiestas de la contracultura”. Trajeado a la antigua, su estilo no parecía corresponderse con su interés por estos asuntos. Pero su modernidad iba por centro. Volvimos a coincidir en Nueva York a finales de los setenta y me descubrió lugares como La Mama ETC, centro de los performances de la época, porque tenía un ojo muy abierto para la modernidad. Ya en los noventa era el mejor cicerone para descubrir las nuevas joyas ocultas que serian noticia en el futuro: The Airplain, Torch,… y otros espacios donde se renovaba la sangre artística neoyorquina. Siempre sabia donde estaba lo nuevo. Y siempre tenía una clave de análisis para situar los nuevos movimientos. Se había formado como teólogo y despues en la semiótica se los setenta, y el método lo aplicaba a la ciudad. Le acompañe a algunas de sus clases sobre semiótica urbana en The New School, la universidad donde el debate y la novedad tenia su mejor asiento, animándome a hacer una comparativa entre Nueva York y Tokyo.
Autor de libros como Contracultura y revolución, Anarquía y cristianismo o Crisis rural y sociedad del ocio, Orensanz también dedicó un importante estudio a los primeros carteles que vendían a España como destino turístico. Sin petulancia, ni avidez de reconocimiento, el humanista Aurelio Orensanz puso su saber y capacidad organizativa al servicio de la sinagoga convertida en centro cultural. La estrategia para alentar y cuidar a su hermano escultor, a través de la Fundación Ángel Orensanz que él dirigía, derivó en un apoyo a la revitalización cultural de una zona limite y deprimida, que hoy ha sido plenamente integrada en el gran Nueva York. Los problemas de hipotecas y escasos escrúpulos de los abogados que casi les arruinan no doblegaron su tesón aragonés y derivaron felizmente gracias a su dirección en la eclosión cultural de un espacio que no daba abasto para acomodar rodajes, exposiciones, obras de teatro, seminarios, perfomances, encuentros literarios o grabaciones de videoclips, incluido los de Lou Reed o Whitney Houston. Los personajes mas destacados del arte y la vanguardia americana aterrizaron por allí. Kronos Quartet, Current 93, Belle and Sebastian, John Zorn, Mandy Patinkin y una lista interminable.
Todo ello gracias a una mente inquieta que sin ninguna ansia de protagonista hizo que el mundo intelectual que bullía en su cabeza tomase vida en un viejo monumento del sur de Manhattan donde, hasta que el llegó, solo reina el frio “¿Un té o un vodka ?” era su oferta durante una visita al inmueble en un frio diciembre, con la acera helada y la sinagoga bajo cero. Hoy Nueva York le recuerda como un emprendedor que ayudó a convertir un barrio solo reconocido por sus peligros en un centro de peregrinaje para el encuentro de las artes y la nueva cultura.
El recuerdo de las conversaciones nutritivas con Aurelio será imborrable. Siempre con profundidad, con simpatía y sin petulancia. La vida nos junto en varios escenarios. Incluso cuando en uno de mis primeros viajes como enviado especial en el Belgrado de Tito, cuando subí a un autobús junto al Saba Center para ir al centro de la ciudad y allí estaban sentados los hermanos Orensanz como aparecidos por arte de magia. La nueva cultura, la semiótica y Nueva York fueron interés comunes, y la amistad nuestro lazo mas allá de lo intelectual.
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