GARCIA CALVO Y LA COMUNA ZAMORANA. Adiós a los maestros
En la universidad del 70, el trío de los profesores
ausentes- privados de cátedra y
obligados al exilio --era como la santísima trinidad para los estudiantes
antifranquistas e izquierdistas. López Aranguren, Tierno Galvan y García
Calvo tenían un nuevo halo de
comprometidos . El morbo por lo prohibido era una bandera del conocimiento, así
que la lectura de su obra se convirtió en mas que obligatoria.
El enjuto profesor de Ética se reconvirtió en un profe hippy
en Berkley, y destapó los secretos de la sexualidad a muchos progres de la
época, especialmente entre las mujeres.
Su “Erotismo y liberación de la mujer” era un catecismo para
la nueva generación. Rodamos con José Luís López-Aranguren una historia sobre
la ciudad ideal, filrtreando entre su viejo Madrid y las ciudades utópicas del
Oeste americano que vivió. Elegante, sabio, expresivo y terriblemente humano,
Aranguren se vio felizmente obligado a vivir otro territorio de la imaginación.
Con su ética, su saber y su nueva experiencia contagió a la nueva generación
del tardo franquismo y la transición del compromiso con la ética y la libertad.
A Tierno Galván, el manchón del régimen en su currículum universitario se transformó en una patente de calidad en el gallinero de
partidos que trataban de establecerse en las primeras elecciones democráticas.
Se destapó finalmente como Alcalde, haciendo discursos progres sin aflojarse la
corbata y el traje cruzado. En la distancia corta te enredaba con su astuta
forma de hilar la conversación, y siempre se salía con la suya. Le recuerdo en
Manhattan codo a codo con el alcalde Koch, rivalizando en erótica de poder.
Siempre pareció un viejito tras sus gafas de culo de botella, pero con tal
nivel de sabia retranca y un punto de cinismo, que le convirtieron en un
ejemplar de político de altura.
Agustín García Calvo enseñaba latín hasta que fue
desfenestrado. Y ya se sabe lo que sabe el que sabe latín. Llegó mas lejos que
nadie, con su desbordante sentido anárquico de la vida. Buscábamos afanosos un
ejemplar del Manifiesto de la
Comuna Antinacionalísta Zamorana, que nos lo pasábamos en ciclostil. Y buceamos en sus
ensayos sobre sociolingüística. Pero lo mejor de Agustín y su espíritu de
docencia, era asistir a sus lecciones peripatéticas en la larga sala del Ateneo
de Madrid. Te envolvía en un mundo de palabras puestas al borde del abismo
conceptual, para reivindicar siempre el amor a la anarquía. Rehuyó honores y
dádivas, y se paseaba a sus ochenta, por Moncloa y por la Puerta del Sol, con su coleta recogida y sus patillones
al viento.
José Luís, Enrique y Agustín; Aranguren, Tierno y
García-Calvo ( y algunos otros,
como Valverde, traductor del Ulyses de Joyce ) han sido, con y sin cátedra, nuestros maestros de generación. Nos abrieron
horizontes, nos hicieron mas reivindicativos y nos alentaron siempre a soñar
mas allá. Nos abrieron- desde la cátedra y lejos de ella –la ventana del saber
y la libertad. Una “comuna zamorana” que permanece.
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