Se han marchado casi el mismo día, aunque separados por treinta años. Miguel Delibes y Félix Rodríguez de la Fuente eran hijos de la misma generación, animados por un común anhelo, preservar el paraíso amenazado de la España natural que sucumbía víctima del desarrollismo. Se encontraron en ese cruce de caminos en el que el progreso necesario chocaba de bruces con el medio ambiente. Educados para la vida moderna- en el derecho mercantil y en la estomatología -, volvieron la vista atrás para reencontrar el campo y luchar con visión de futuro por el conservacionismo de la flora y la fauna. Ahora que la televisión recupera sus imágenes surcando los campos de Castilla, los contemplamos con dos profetas de lo que debió ser y hemos marchitado.
En el imaginario colectivo de nuestra historia contemporánea sobresalen estas imágenes de la “milana bonita” y del “hombre que acariciaba a los lobos”. Regresan una y otra vez a la pantalla, para recuperar un dorado pasado de la España bucólica que ya no es, para denunciar desde lo mas alto de la creación el camino equivocado que hemos cogido. Rodaba Félix y su equipo al quebratahuesos tirando del caro soporte del cine en 35 milímetros, que permite ahora mantener en la emisión digital las calidades de aquel trabajo único. Pervive tambien la fuerza y el estilo de la traslación de Mario Camus al cine de Los santos inocentes. Dos ejemplos de cómo deberían seguir haciéndose las cosas en la televisión pública. Lo barato es enemigo de lo bueno, y las actuales producciones de bajo coste y limitado pensamiento dudosamente podrán resistir el paso del tiempo. Calidad, hondura y compromiso informan la obra de ambos creadores, que tenían en su punto de mira “la naturaleza humana”. Este retorno a las verdades propiciado por sus necrológicas debe abrirnos los ojos para saber que mucho es lo perdido, y urgente lo que queda por salvar. Miguel y Félix aprendieron de los hombres del campo, especies en extinción tanto en forma de vida como en lenguaje, y supieron trasmutarse en ellos para trasmitirnos su sabiduría. Sea la televisión, como sus libros, un altavoz constante para que nos hagamos todos hombres del campo y defendamos los últimos metros de nuestro paraíso aun no construido.
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