Ahora que esta de renovación, y perdiendo su esencia y razón de ser de antaño, recuerdo con nostalgia "el Chelsea", que frecuente como visitante a los cuartos de amigos artistas, pero al que no casaba entrar de residente. Hasta que me queée sin casa en el periodo que me iba de Nueva York pero prolongue unas semanas mi estancia. Primero viví de casa prestada, y al final me dí el gusto de probar dos hoteles de ensueño, el Chelsea y el Gramercy Park. Una clave para recurrir a ambos es que eran de los pocos que te permitían llevar un pet, una mascota contigo. Y esa época yo me movía con mi gato Roppongi. El mayor susto, entre otros, cuando llegamos al Chelsea fue coincidir en el ascensor con el dueño de un perro sobredimensionado, que no paraba de olisquear la caja de cartón en la que iba enmaletado mi gato. Pasamos el trance, y tuvo que hacer de la habitación del Chelsea su casa temporal, aunque muy a regañadientes. Apenas salió esos días de debajo de la cama. El Chelsea tenia un gran halo romántico y otro tanto de cochambre. La moqueta llevaba décadas almacenando costras y los baños dejaban mucho que desear, incluidas las manchas en las cortinas de la ducha que parecían de sangre avejentada. Al fin y a la postre, uno pasaba pocos horas en el hotel, bajo aquella regla de que si eres joven no debes tener un buen piso en NY, y pasar la mayor parte de tu tiempo en la calle.... No había mucho confort en el Chelsea, pero un pasillo, la escalera, el ascensor, el hall cubierto de cuadros.... y los estables y transeúntes que por allí pululaban formaban un fresco del Nueva York mas radical.
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