“Ser mujer sigue siendo muy difícil
todavía. Y debo decir, con un
mejicanismo, que solo se supera
con “mucho trabajo cabrón”.
Leonora Carrington (Lancanshire, Inglaterra, 1917) siempre fue una
rebelde. Desde niña- expulsada de los colegios donde la metían -, y hasta sus
noventa años en los que seguía desafiando al tiempo, las modas y los lugares
comunes en la Calle Chihuahua de la Ciudad de México. Su lucha por ser ella misma, la llevo a ser denostada por su
padre y encerrada en un psiquiátrico de Santander en el año 40, nada mas acabar
la Guerra Civil española. Un destino habitual para aquellas mujeres que querían
ser por encima de todos ellas mismas, con iguales derechos que sus hermanos.
Por eso Leonora, nada loca, creía ser un caballo (“no una yegua”), la figura
que ha ocupado buena parte de su
obra pictórica.
Tras una vida agitada, protagonizando
escapadas y huidas de un país a otro, Leonora Carrington vivía semi-recluida,
haciendo gala de su privacidad y dedicada a sus hijos, en una casa de linea
vanguardista en la Colonia Roma de la Ciudad de México, donde ha fallecido poco
después de cumplir 94 años. Apenas pintaba ya, aunque si me enseñó su último
cuadro celosamente guardado en un armario de su estudio. Su última dedicación,
animada por su galerista Isaac Masri, fue la escultura, modelada a partir de
ceras. Sus figuras antropomórficas, que casan con su producción pictórica y
literaria previa, se yerguen con gran volumen en la avenida Reforma del DF. Ya
muy mermada, presentó en abril sus últimas obras en el centro Indianilla.
La pretensión de su adinerada familia
era casarla con un miembro de la casa real británica, y fue presentada como debutante en la
corte de Jorge V. Ella escribió una historia demoledora contra esta opción, en
la que una chica bien se travestía de hiena. Estudia en la galeria de los
Uffici en Italia, en Paris, y tiene como primer gran maestro a Ozenfant, “que
no nos dejaba hablar mientras dibujabamos”. La aparición del grupo surrealista
en Londres, la conduce a un amor pictórico a primera vista con Max Ernst.
Abandonan a sus familias y se van primero a Paris y luego al sur de Francia,
donde el colmo de su felicidad fue arruinado por la entrada de los nazis en Francia.
Max fue detenido y Leonora busca una salida en España. Sufre psicológicamente (“trauma de
guerra”), y por influencia de su padre, el cónsul británico en Madrid y el
doctor Pardo la internan en la clínica santanderina del doctor Morales, donde
es medicada a nivel de electroshock. “España fue como una prisión para mi”. Su
libro sobre este episodio de caída en la locura, “Memorias de abajo” (Down
below) lo escribe como una catarsis y es una obra única en su genero.
De Santander a Lisboa donde da
esquinazo a su “nanni”, para refugiarse en la embajada mejicana, casarse de
inmediato con el diplomático y poeta Renato Leduc, que la libera del control
familiar, de Max y de la Europa nazi. En Nueva York, la niña bonita de Andre
Bretón, incluida en su “Antología del humor negro”, continua su relación con el
grupo surrealista en el exilio, hasta que la pareja se marcha al país del
“surrealismo natural”. Su cretividad y actividad imparable, la convertirán en
un polo de atracción e inspiración para los artistas latinoamericanos. Buñuel,
Octavio Paz, Carlos Fuentes, Monsivais, Jodorowski,… todos ellos y tantos mas
fueron tocados por su barita de maga. Comparte travesuras y libera
pictóricamente a la surrealista española mas destacada, Remedios Varo, gracias
a la que conocerá al padre de sus hijos, Emerico Chiqui Weisz. El compañero
inseparable de Robert Capa, fotógrafo tambien en la guerra española y salvador
de los últimos negativos de la “maleta mejicana” recientemente reaparecida.
“Los españoles tenían el don de saber comunicarse” me comentaba al recordar a
su grupo de íntimos: José y Katy Horna, Remedios y hasta el ginecólogo que
trajo al mundo a sus hijos, el escritor Gabriel y el pintor y médico Pablo.
Educada en las técnicas mas clásicas
de la pintura y con maestros puristas, Leonora se entronca en los surrealistas
pero desafía el encajonamiento en una corriente por la carga tan exuberante su
universo pictórico. Atractivos siempre al ojo, sus cuadros están poblados de
figuras y estructuras complejas que tratan de mostrar y explicar su propia
vida. La mitología celta, la kábala, los juegos surrealistas,… fueron sus
recursos en lo pictórico y lo literario como bases para revelar un mundo
absolutamente original. Su obra cuelga en templos del arte como el Metropolitan
de Nueva York y su nombre esta inscrito entre los grandes en la Tate de
Londres. Pero la mujer que huyó de
su casa y de un país a otro para ser fiel a si misma, que fue el foco de la
vanguardia en México, que vivió en Nueva York y Chicago, prefirió en los
últimos años la discreción y la intimidad.. “Me da mucho miedo el tiempo,
porque no lo entiendo. Y no me tome esto que si me ven fumando me regañarán mis
hijos”. El humo envolvía el ambiente de nuestro rodaje con la última
surrealista, pitillo en boca a sus noventa años. Max Ernst la llamaba “la novia del viento”. Su vida y su
memoria son un soplo de aire
fresco, que perdurará.
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