12.4.11

CIORAN mira a ESPAÑA


En el centenario de Cioran.


          Con el mundo metido en varias guerras, y soldados españoles actuando en Afganistán, Libia, Líbano y hasta el Indico, es sorprendente las escasas imágenes que vemos de su actividad bélica. Desde aquel 98, de hace ya dos siglos, en el que se perdieron las últimas colonias, lo cierto es que para España el mundo parece que empieza y acaba en sus propias costas. La guerra que vemos cada día en la tele no es la de los lejanos campos de batalla, sino la del cruce de balas verbales caseras que se lanzan nuestros políticos y tertulianos. Haces zapping entre la oferta de mesas camillas digitales y te vas encontrando campos de minas, fuego graneado o bombardeos inmisericordes con políticos de cualquier condición sometidos a juicio sumarísimo o pelotón de fusilamiento. ¡Es la guerra!. Leña al fuego.
           Si no fuera por la dichosa deuda que nos ata a otros países, España viviría en su isla perfecta,  ajena a los avatares del mundo. Solo nos importa el debate continuo sobre nosotros mismos, peleados unos contra otras por la idea de un país que de tanto manosearle se escapa de su presente. Vale la pena releer, en su centenario, a  Émile Cioran que veía a los españoles “incapaces de acoplarse al ritmo de la civilización. ¿Cómo van a alcanzar a las otras naciones, cómo se van a poner al día, si han agotado lo mejor de sí mismos en rumiar sobre la muerte, en embadurnarse con ella, en convertirla  en experiencia visceral?. No es nada asombroso que, para cada uno de ellos, el país sea su problema”. 
          Su Pequeña Teoría del Destino no ha perdido actualidad. Sigue el alboroto en las tertulias radio-televisivas: la corrupción, el tu más, el vete ya,…montañas de palabras que nos tapan el mundo real. Mucho verbo, poca acción. El filosofo rumano Cioran nos había calado bien: “Charlatanes por desesperación,    improvisadores de ilusiones,   viven (los españoles) en un especia de acritud cantante, de trágica falta de seriedad…”. Mas lectura y menos griterío atronador. Su conclusión era que esa actitud nos ”salva de la vulgaridad de la felicidad y del éxito”. ¿Es un consuelo?


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