13.4.10

CORRESPONSALES. El Premio Cirilo Rodriguez, en libro



    Hubo un tiempo en España-- quien sabe si siempre –en el que las crónicas de corresponsales y enviados especiales en el extranjero eran un tratado de esquizofrenia. Contaban lo sucedido en el lugar donde se fechaba la crónica, y al tiempo servían para leer entre líneas lo que no se podía decir sobre España. Hablar del mundo era una ventana a la verdad. El informativo matinal de la radio única, España a las ocho, contaba unos breves de “nacional” y después se estiraba ampliamente en la “rueda de corresponsales”, bajo la batuta primero de Victoriano  Fernández Asís y finalmente de Cirilo Rodríguez cuando dejó la corresponsalía de Nueva York, pasándome su mítico micrófono.
Era una escuela de periodistas brillantes, que respetaban el dato y creaban imágenes sonoras sin grandilocuencia. Pedro Wender, Gonzalez Aboín, López del Pecho, Jesús Hermida, Pedro Gonzalez, Federico Volpini y tantas otros nos traían el mundo en imágenes y palabras, creando la estela en la que nos aupamos otra generación de comunicadores internacionales. En cualquiera medio, dominándolos todos, el gran maestro del viaje informativo fue y sigue siendo Manu Leguineche que desde Vietnam hasta La Alcarria sabe conectar el planeta con el lector haciendo el “camino mas corto”. Con él, una nomina de veinticinco premiados con el  “Cirilo Rodríguez” publicamos  ahora la memoria activa de este oficio en el libro “Seguiremos informando”, fruto del trabajo paciente y constante de su editor Aurelio Martín desde Segovia.
    “Saltar de infierno en infierno, sin perder el equilibrio”. Es la definición redonda que da del enviado especial Román Orozco, otro de los premiados curtido tanto en las trincheras internacionales como en las caseras. Se queja la reina de la clase, Rosa Maria Calaf, porque la historia del mundo hay que contarla en un minuto escaso, ahora que los telediarios solo tiene tiempo para sucesos de medio pelo. Pero hay que reconocer que hacer ese minuto del mundo, destilado en su esencia, es una de esas artes  literarias de los enviados especiales, para poder sentir como un polaco la tragedia de Katyn y de tantos otros lugares. Quizá  remotos,  pero  no distantes,  ni en el corazón, ni en la historia de nuestro mundo convulso.   


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