6.2.22

Lecturas centenarias del Ulises

 No leas el Ulises. Cántalo! 








No leas el Ulises. Cántalo. El verborreico texto de Joyce entra mejor por el oído que por el ojo. Es una catarsis verbal. ("Ellos escuchan. Y en el pórtico de sus oídos yo vierto") No hay que alarmarse por tanta declaración sobre el aburrimiento o la imposibilidad de lectura de la que hacen gala los vagos de la literatura. Su autor era un gran tenor, probado en conciertos. Mientras que su vista se resintió tanto que no acertaba a corregir con exactitud las pruebas de sus páginas. El Ulises de Joyce suena muy bien en inglés-irlandés y es más denso en castellano. Pero su lectura íntima o en voz alta es proteica. Amasijos del lenguaje, piruetas fonéticas, referencias ocultas y alegrías verbales hacen vibrante la odisea de su lectura para entender el alma del hombre del siglo. Hace cien años de su accidentada publicación, perseguida, prohibida y convertida en fruto del paraíso. Ahora se celebra mundialmente y la joyceana Bloomsday Society no faltó a la cita en el Ateneo de Madrid, como cada mes. Nuestro irlandés de cabecera, Ian Gibson, dublinés de pro, acentuó las vetas españolas del libro y rememoró el prohibicionismo que aún pesaba sobre la obra en su juventud.

Joyce eligió el día exacto de su publicación, coincidiendo con su 40 cumpleaños… quizá intuyese que cien años después el aniversario aterrizaría en este cabalístico 2 del 2 del año 22 con la obra pasando de prohibidísima a manoseada. La implacable censura americana persiguió los textos desde sus seminales apariciones en revistas, por lo que con sabio criterio Sylvia Beach de la librería parisina Shakespeare & Co la imprimió en Francia. ¿Qué molestaba del texto joyceano? Ni el matrimonio Wolf se atrevió a meterse en el laberinto de la publicación temeroso de que las abiertas descripciones de sexo, el desparrame de fluidos, las alusiones nada esquivas a las pulsiones corporales chocasen con el puritanismo y las leyes imperantes.

Si el censor oficial no mostraba escrúpulos, ya estaban hasta los funcionarios de correos dispuestos a promover su prohibición como pasó con lo publicado en las revistas. Sin duda el mayor peligro es que en el vertiginoso torrente verbal del libro de portada azul se adivinaba sin tapujos la mente humana, consiguiendo Joyce por vez primera, como nadie en la literatura, que el ser se transparentase en su lenguaje.

Sentencia el mejor conocedor español de la obra y su gran traductor de la versión de 1976, que "el impacto más hondo y duradero de la lectura del Ulises quizá sea hacer que nos demos cuenta de que nuestra vida mental es, básicamente, un fluir de palabras, que a veces nos ruborizaría que quedase al descubierto". 

Gibraltar, Algeciras, Ronda… también forman parte de la geografía del Ulises, la patria de Molly Bloon se suma a la de Leopoldo y su Dublín, ambos dos protagonistas ella y él, Irlanda y España. Gibson –acodado en ambas patrias– cree entender que lo irlandés conlleva un sustrato celta, ibérico, español. Y eso se hace notar en la obra maestra de Joyce. "Los irlandeses tienen fama de ser locuaces como los españoles. Gozamos hablando y el Ulises es un libro de palabras y diálogos". En el Ulises aparece desde las sardinas y los sargos en la playa de los Catalanes al sereno, desde las celosías a la muralla mora. "El estrecho brillaba yo veía hasta la bahía de Tánger y las montañas del Atlas blancas con nieve encima" (Molly en el monólogo que cierra la novela y que Magüi Mira recompone con brillantez estos días en el teatro).

Se emociona Gibson al hablar de su compatriota en la sala del Ateneo madrileño que por aquellas fechas de la escritura acogía a Guillermo de Torre y los ultraístas. Recuerda al Joyce que se codeaba en París con Breton y conocía la obra de Freud. A su lado Antonio Garrigues se pregunta qué hace Irlanda para generar tantos escritores de nivel ("¿Les pagan bien?"). Oscar Wilde, Bernard Show, Becket,… El nuevo embajador de Irlanda Frank Smyth, cuenta que por la mañana presentó sus cartas credenciales al rey de España y que lo primero que le habló fue de Ulises. Sara Cantó, fundadora de la Bloomsday Society, desgrana la heroicidad de la editora americana, para la que pide un monumento en Dublín. 

Si el Ulises ha hecho historia, y cien años más tarde provoca ríos de tinta, no se debe solamente a su intrincada estructura homérica, ni a su florilegio estilístico, ni siquiera a la sabia recreación del lenguaje hablado o al manejo del tiempo en una obra de un día en Dublín hecho Odisea, sino sobre todo y especialmente por dar al mundo de la novela "la palabra interior". James Joyce abre a la literatura una ventana nueva sumándose a las corrientes del siglo como lo hicieron en sus campos Nietzsche o Freud

Si Picasso nos enseñó que la visión cubista confirmaba mejor el retrato complejo del nuevo hombre del siglo, Joyce mostró su voz hecha novela. Es más, Joyce también "elevó la calidad expresiva en la novelística a la altura de la poesía" remata Valverde. Sí, mejor cantarlo…

Cuando un libro es cosa pública, cualquier lectura personal nace viciada. Ya no hay visión propia segura, porque si el acto de leer es una cuestión íntima, la literatura bendecida en lectura pública de altar parece consagrar la revelación del misterio. Yo agradezco la guía tan entusiasta como serena que nos brindó en la Facultad nuestro profesor de Literatura Universal, el controvertido sin razón Vintila Horia. Por afinidad biográfica, el escritor rumano consideraba clave el autoexilillo de Joyce (Italia, Francia, lejos de Dublín) para poder generar una obra y recrear un lenguaje como el del Ulises. Distancia para atrapar lo interior. Nos abrió las paginas clave para entender el devenir de las letras del siglo que lo revolucionó todo con la Historia de las literaturas de vanguardia de Guillermo de Torre, y nos ancló en las obras cumbre de Thomas Mann, Marcel Proust y Joyce.  Le veía como un outsider, por su condición de irlandés, que le permitía "tener una visión más objetiva sobre los acontecimientos que sacudían al continente"

Casi resulta paradójico que el autor que encumbra a Dublín, que la retrata como pocos, tuviera que distanciarse y describirla –en un día universal– desde Trieste o desde París. Hizo su adiós a todo eso harto de Irlanda en lo económico y lo artístico. Desahuciado y políticamente molesto, inicia el viaje del descontento unido a su amada Nora. El nacionalismo irlandés le espantaba. En su casa de exilio llegó a hablarse en italiano. Fue un peregrinaje nada cómodo ni para él ni para la familia, pero quizá le alimentó sus obsesiones literarias, le distanció de lo cotidiano y le abrió otras puertas y relaciones. Algunas complicidades fueron clave. Como la de Ezra Pound (que creyó en él como escritor), la de W.B. Yeats, Ítalo Svevo y Edouard Dujardin.

Para algunos, el análisis del texto joyceano puede quedarse en su eventual armazón estructural (las referencias a la Odisea no presentes y solo apuntadas por Joyce en comentarios a amigos) o en sus alusiones literarias, de las que Weldon Thornton ofrece un índice que ocupa quinientas páginas. (Allussions en Ulysses, reeditada por de  la Universidad de North Carolina en 1973). Pero quizá lo más sensato para bucear en el intrincado Ulises es leer previamente tanto Dublineses como El retrato del artista adolescente (curiosamente traducido por Dámaso Alonso), que son las bases de la historia que Joyce amplificó en su obra magna. Leer o ver también la postrera película de John Houston, Dublineses, donde la atmósfera creada por el escritor resulta palpable al trasladar al cine el capítulo de Los muertos.

Las referencias a la Odisea no aparecieron en la primera edición de portada azul. Solo en los capítulos previamente publicados en revistas. Ni siquiera aparecen numerados en los que resultan ser 18 capítulos. Alba, Mañana, Día y Medianoche enmarcan el paseo temporal de Bloom por Dublín. Se inicia con Telémaco y concluye con Eumeo, Itaca y Penélope para cumplir con todos los términos homéricos. La nueva odisea –la de aquel hombre contemporáneo, no digital, claro– cubre desde las 8 de la mañana del jueves 4 de junio de 1904 hasta las dos de la madrugada, hasta el monólogo de Molly Bloom.

Tanto dato concreto, tanta referencia al armazón nos harían pensar en un interés por el realismo. Y sí lo hay, pero referido a las vísceras, al corazón, al alma, al mundo interior de su protagonista, el hombre insatisfecho y aturdido que camina por el alambre del nuevo siglo en busca de una identidad volátil. Hay que leer pues el Ulises, cantarlo, sentirlo, para perderse en él. Como en los caminos del Quijote, que son nervios internos por los que transita el alma de cada uno de nosotros ante la complejidad de la odisea que nos toca vivir. Cada lectura será un Ulises nuevo. Muchas con acento español a lo Gibson


Javier Martin-Dominguez 

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