Está el cine tan cerca de la vida -eso que pasa delante de la cámara- que el séptimo arte se esfuerza por codificar su lenguaje y establecer así su identidad como mundo aparte. Riza el rizo cuando bebe en sus propias fuentes y termina hablando de sí mismo para crear un metalenguaje.
Aparece la tentación de la relectura o la re-visión en los lugares más insospechados.
'Voilá' en el último Tarantino, que se ha venido con Brad Pitt incluido para llenar de relumbrón el siempre maravilloso Festival de San Sebastián. Hay mucho más que acción y muerte en esta cinta, que empieza en un paisaje bucólico y acaba haciendo saltar una sala de cine por los aires.
Como decía el director Steven Spielberg, es fácil trabajar con historias de nazis porque enseguida sabemos quiénes son los malos de la película. Pero no todo es obviedad en estos 'Malditos bastardos' tarantinianos. En segundo plano, se muestra toda una lectura del cine que aupó a Hitler y el cine que Hitler exilió.
La sala parisina que se convierte en 'escenario del crimen' proyecta una película con Leni Riefenstahl de protagonista. La discutida documentalista de Hitler, con sus títulos para la historia como 'El triunfo de la voluntad' y 'Olimpia', entró en el cine como actriz de género en 'películas de montaña'.
Llega Tarantino tan lejos en su devoción cinéfila que prepara en el guión un atentado contra la cúpula nazi a base de películas inflamables. El cine como arma, tal y como hizo el nazismo con la colaboracionista Riefenstahl a los mandos de la cámara. Guión y rodaje están llenos de guiños al cine y su lenguaje elaborado en aquel tiempo por los Pabst, Lubitsch, Murnau, Lang, Ophuls o Billy Wilder. Cine que alimenta el cine. También hay revisiones de clásicos italianos en 'El secreto de sus ojos' de Campanella. O relecturas de lecturas, que no sólo de cine, como en el último Trueba que sobrepasa el texto de Skármeta para volar cinematográficamente entre versos del poeta Pablo Neruda.
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