CALLAS. EL TIEMPO DE LA MELANCOLIA. - Se acerca el final y la melancolía se ancla en el corazón. Sin la voz que la hacía gigantesca, sin lazos familiares que la arroparan y sin el amor que la hizo sentir una mujer plena, la diva desprovista de escenario busca en el rescoldo del pasado, tan añorado como denostado. Asistimos al paseo por el jardín de los recuerdos de la más grande, de María Callas, y la encontramos altanera y triste. No ha perdido su don de mando, pero ya solo lo ejerce con su pareja de sirvientes, su familia postrera. Esta María Callas, bien encarnada en Angelina Jolie, fastuosamente retratada por el maestro Ed Lachmann, con unas frases de guion agudas y medidas firmadas por Steven Knight, está dirigida por un Pablo Larraín especializado ya en los biopics. Una película muy difícil de partida- como encarar a una diva, como evitar el tópico, como ir más allá de lo documental -, pero maravillosa en su resolución. Vivimos las emociones del personaje que en el tramo final de la vida- su última semana -se desnuda a pesar de su pretendido hieratismo, se confiesa sobre los deseos frustrados y se sienta a la mesa camilla casera para un juego de cartas, para una confesión ante los suyos: el chofer y la cocinera. La soledad final del que todo lo tuvo, éxito y tesoros, pero que añora las capacidades perdidas y el amor naufragado. Sus desplantes en los años de diva, su filtreo con los poderosos, las tensiones con sus padres van desgranándose ante nosotros como si nos dejasen entrar en la alcoba del mito para entender que también es humano. Culmina con esa escena de la Callas con un Onassis en el lecho de muerte: la conversación de enamorados que no pudieron consumar su felicidad, y la propuesta de una última cita de ensueño: sentarse juntos en dos sillas de lona en el puerto de El Pireo, para que la eternidad no les prive de su sentimiento más verdadero. JMD
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