Max Ernst viene de vez en cuando para ver qué tal salen las
reproducciones de sus dibujos [en la BlacK Sun Press, con textos de Paul
Éluard]. Es bajo, muy delgado, muy tieso, y tiene perfil de pájaro. La boca es
pequeña; y las mejillas, ahuecadas. Tiene una sonrisa breve y parsimoniosa, y
una mirada inocente; pero en conjunto, su rostro trasluce perspicacia y
mordacidad.
Recuerdo lo que se contaba de él cuando se casó con Leonora
Carrington. Era una chica inglesa muy guapa. Los surrealistas, como
grupo,fomentaron su neurosis hasta llevarla cerca de la locura. Era pintora.
Pintaba una tela y la dejaba apoyada contra la pared. Cuando al cabo de unos
días iba a buscarla, no la encontraba. Oí decir que cuando MaxErnst necesitaba
telas tomaba el cuadro de ella y pintaba encima.Y luego le decía a su esposa:
-¿Estás segura de que habías pintado algo? Yo no he visto ese cuadro que
dices-.
Ahora Max Ernst está casado con Peggy Guggenheim.[...]
[...] Cuando encontré a Eleanora Carrington en la oficina del
Doctor Jacobson, me sorprendió diciéndome que lo que más le preocupa es que
pueda llegar a secársele la fuente que le proporciona las imágenes que pinta o
la materia prima para la escritura. A mí esto ha sido siempre lo que menos me
ha preocupado.
A mí me parece que cuando se desentierra el inconsciente se encuentra
una fuente infinita de creatividad y que el problema se reduce simplemente a
encontrar una forma elocuente de expresar lo que ese rico yacimiento produce.
Eleanora ha ido muy lejos, casi demasiado lejos como para regresar de esas
regiones. ¿Cómo puede hablar del miedo a quedarse seca?
Creo que muchos surrealistas simularon sus sueños. Simularon el
inconsciente, la locura y lo fantástico. La simulación siempre se traiciona a
sí misma, porque al final desemboca en la aridez.
[...] Siempre sentí en presencia de los surrealistas, como
grupo, que en ellos era el intelecto quien convocaba al inconsciente y le hacía
actuar. Ninguno de ellos anda, llora, rie, siente. Cuando el inconsciente se
manifiesta de manera auténtica, pasas a ser como el primitivo poseído. En
cambio, los surrealistas no son poseídos, sino que poseen. Para ellos todo es
un juego, un juego de ingenio y brillantez. Los que estaban verdaderamente
poseídos perdieron la razón." [*]
Barcelona, Bruguera,
1981.
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