La tierra tiembla con la virulencia de un terremoto y el horizonte refulge con una llamarada mas potente que el sol. Sientes ese estremecimiento al ver como se levanta un cohete en busca de los cielos concretos. Lo vi y sentí cuando la carrera espacial retomó sus bríos en los años ochenta con el lanzamiento del primer trasbordador espacial desde Cabo Cañaveral. La ilusión por el espacio había regresado y los atascos en las carreteras de Florida casi nos dejan sin poder hacer la retransmisión. Era casi el último escopetazo. Reagan forzó la máquina tecnológica, cayó el muro, y rusos y americanos terminaron compartiendo vuelos y estancias en una estación orbital.
Hubo un antes mas heroico; y el después actual en el que los minutos de televisión son caros de robar para meter un nuevo logro en la conquista del espacio. Antes los astronautas eran héroes, ahora empiezan a ser tan anónimos como los pilotos de líneas aéreas. Pero en un ejercicio de reconocimiento y nostalgia, esta semana el primero de todos ellos, el ruso Yuri Gagarin, ha vuelto a su minuto de gloria planetaria. Sobrevivió a un rudimentario cacharro que le sacó más allá de nuestra respirable atmósfera, y terminó sucumbiendo a un simple accidente de avión. Cuando el mundo se dividía en bloques por siglas, URSS vs USA, un hombre ruso fue el primero, con permiso de la también rusa perrita Laika en el Sputnik-2.
Los americanos reforzaron su inversión hasta colocar a otro hombre para escribir su nombre en las estrellas, John Glenn, el primero en orbitar tres veces la tierra y longevo senador después. Tom Wolfe nos dejó una reseña completa de aquel proyecto inicial americano para conseguir el primer vuelo tripulado en The right stuff (“Lo que hay que tener”), llevado posteriormente al cine. Pero sobre todo la competencia provocó el empeño kennediano de poner un hombre en la Luna. Grandes noches y momentos televisivos sin parangón. Un gran prólogo a nuestros días de borrachera tecnológica. La carrera espacial nos permitió las conexiones globales que ahora parecen triviales. Pero hubo un tiempo -tan lejano como hace 50 años- en que ser héroe en la Tierra subiendo al cielo era privilegio de un solo ángel de metal, visto y adorado al tiempo por la Tierra entera.
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