5.11.24

LA PEOR CAMPAÑA DE LA HISTORIA. ELECCIONES´24




Ha habido campañas cruciales (Nixon vs. Kennedy), campañas insulsas (Bush vs Dukakis), campañas ideologizadas (Reagan v. Carter), … campañas de todo tipo y condición. Pero una campaña tan falta de seriedad como sobrada de insultos, tan llena de trivialidades y escasa de propuestas ante un mundo en estado de ebullición y guerra como es la actual, no se recuerda.  El repetidor Donald Trump frente a la inédita Kamala Harris. Más allá de las descalificaciones apenas aportan programas con soluciones para una situación mundial preocupante. Un prólogo de campaña tan pobre solo puede ser el augurio de una presidencia extremadamente problemática y quizá nefasta.



La frase más socorrida entre los votantes estadounidenses ante el día D de su democracia siempre ha sido una decepcionante: “Yo votaré por el menos malo”. Lo que deja a las claras la poca fe en las cualidades de los aspirantes a ocupar la Casa Blanca. Así sucede campaña tras campaña, y esta no es excepción.  Ni Trump, ni Kamala gustan o convencen por sí mismos. Y el voto que más arrastran es el de los que no quieren ver a su contrincante como vencedor. De ahí que las estrategias de campaña se jueguen sobre todo en un terreno emocional, que es el campo de batalla más utilizado en la actual política de la propaganda digital. Trump saca la cabeza cuando cultiva el exabrupto. Kamala recurre al adjetivo fascista cuando merma en los sondeos. Estamos ya en la recta final. Pero ante la escasa diferencia marcada en las encuestas hasta el último minuto puede ser crucial en esta campaña del 2024.

Diez meses dura oficialmente una campaña electoral americana. Desde los tempranos caucus de Iowa en enero hasta el primer martes después del primer lunes de noviembre cuando la suerte queda echada. Es una campaña larga y sinuosa, por tierra mar y aire. Dimensión continental y repercusión mundial. Tras haber cubierto tres campañas sobre el terreno (la primera en1980), y algunas más como analista, comentarista o contertulio en la distancia, llegas a la conclusión de que el largo rosario de mítines, primarias, convenciones, debates y propuestas de todo tipo se encierran en dos claves: liderazgo y espectáculo. Si un candidato no es capaz de cumplir con ambas, habrá tirado por tierra el sueño de su vida y cientos de millones de dólares a la basura de la historia.

 Es un juego de alto riesgo. Fama y dinero se dan la mano en una apuesta que puede perderse aun consiguiendo más votos que el contrario (como le sucedió a Hillary Clinton frente a Trump precisamente) o ganarse contra pronóstico (como consiguió el actor Reagan con una inesperada ayuda de los ayatolas). En esta ocasión, el factor de la retirada del presidente con derecho a repetir, Biden, para facilitar la candidatura de una mujer, y el regreso del candidato golpista han añadido más tinta de calamar a la campaña y hasta un tono épico sobre el que planea la sombra del asalto al Capitolio del presidente que no quiso perder. Trump es volver hacia atrás. No hay propuestas nuevas, sino su odio al inmigrante exacerbando. Kamala sería un Biden descafeinado, heredera de una presidencia que no ha marcado la historia, más allá de tener que lidiar con dos conflictos bélicos de envergadura sin encontrar solución para ellos.

            Expectante y siempre sorprendido, el mundo entero contempla cada cuatro años como la maquinaria electoral norteamericana necesita todo un año para descifrar el perfil del hombre que influirá como ningún otro en los destinos del planeta. La más larga de las campañas, iniciada entre las nieves en Iowa, culmina en noviembre, dejando un montón de cadáveres políticos en el tortuoso camino, y un ganador, la mayor parte de las veces imprevisto o al menos sorprendente: Un presidente católico en el país de los protestantes (Kennedy). Un granjero en la capital de los políticos profesionales (Carter). Un actor en el mundo de los políticos profesionales (Reagan). Un hijo de presidente, heredando cargo (los Bush). Un negro en la Casa Blanca (Obama). Un empresario sin escrúpulos, ni afiliación a partido (Trump). Todo es posible en la política americana. Y para que ese imposible se haga realidad se necesita cubrir una carrera de cincuenta estados a lo largo de diez meses antes de llegar a ese martes de gloria o de dolor. Para el periodista resulta tan agotadora como fascinante.

            Cada campaña es diferente, aunque el ritual de primarias, convenciones y debates marque unos hitos comunes, que este año tuvieron su elemento sorpresa con el fallido debate de Biden y su retirada forzosa. De cualquier forma, el regreso de Trump y la inédita Kamala han hecho saltar por los aires cualquier previsión o predicción sobre lo que pueda pasar. Hasta la pacifica entrega del poder ya fue puesta en duda por el otrora inquilino y de nuevo candidato a la Casa Blanca, tirando por tierra las ultimas esencias de democracia que le queda al sistema americano.

 

LA ERA INAUGURADA POR REAGAN

            Antes de que Trump forzase todo esquema normal hasta el límite, la campaña más inusual de la postguerra se vivió cuando un actor terminó saltando al mayor plató político del mundo, la Casa Blanca. Ronald Reagan barrió al presidente Jimmy Carter a pesar de parecer tenerlo todo en contra. Aquella campaña del 80 fue sin duda el comienzo de un nuevo modelo de hacer política electoral, que se mantiene hasta nuestros días con el nuevo aderezo de los medios digitales que son ahora tan determinantes como lo fue la todopoderosa televisión.  Con la guerra de Gaza en marcha y aquellos acuerdos de Abraham de Trump en Oriente Medio en suspenso, hay que recordar que Carter llevó a su espalda el estigma de la toma de la embajada americana en Teherán por los guardias revolucionarios jomeinistas acaecida justo un año antes de la fecha electoral.

El epilogo fue realmente sobrecogedor: Mientras Reagan juraba su cargo en las escaleras del Capitolio frente a un cariacontecido Jimmy Carter, los rehenes eran liberados y salían en avión rumbo a los Estados Unidos. En el mismo momento, lo que dio pábulo a las sospechas de una negociación bajo la mesa entre los republicanos y Teherán.  El factor exterior jugaba y muy fuerte en la campaña interna. También ahora Ucrania y la guerra de Gaza hacen pesar un poco más de lo habitual la cuestión exterior entre los votantes americanos demasiado absortos en sus temas internos. Lo muestra a las claras las elecciones de los candidatos a la presidencia por ambos bandos que solo buscan acarrean votos de la América profunda. En el mundo sin duda se está más pendiente del resultado que en las últimas décadas ante los conflictos bélicos que han surgido tras el periodo de aislamiento de la pandemia. Europa en particular esta expectante ante un posible continuismo a lo Biden en la relación con Harris. O ante un resquebrajamiento de los acuerdos históricos sobre defensa entre los primos de los dos lados del atlántico.  Las posiciones de Trump en torno a Ucrania y Oriente Medio parecen más claras que las de Harris, cuya imagen ha quedado difuminada tras mantenerla Biden en el armario de la vicepresidencia hasta su forzado relanzamiento como candidata.

 

CARTER, EL MAS LONGEVO

 

            Debe recordarse ahora a Jimmy Carter recién cumplidos sus cien años- el presidente americano más longevo -, recordar su presidencia y su campaña electoral fallida. Con su nombre en diminutivo- ¡nada de James! -, y su pasado en el cultivo del cacahuete, Jimmy Earl Carter había llegado a la presidencia para alejarla por fin del hedor que causó el Watergate de Nixon y el coleo con su vicepresidente heredero Gerald Ford. Llevó una aíre de sencillez y pulcritud a un Washington degradado y corrupto. ¿Qué tramarían los republicanos para intentar recuperar el poder perdido?

            Para la próxima ceremonia de inauguración presidencial, el 20 de enero del 2025, Jimmy Carter todavía podría estar allí una vez más junto al presidente que jura. Con permiso de su alianza con la longevidad, habría asistido- tras la suya propia - a las inauguraciones de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama, Trump y Biden. Un récord histórico. Con su aire de hombre apacible y aplacado ante la adversidad, no podría dejar de pensar en aquel 20 de enero del 81 cuando pasó el relevo a Ronald Reagan, al tiempo que concluía la odisea de los rehenes estadounidenses de la embajada en Teherán. El punto más negro de su mandato que dominaría su campaña para intentar la reelección. Voluntario en actividades de ayuda a los necesitados, Carter ya había ido dejando una marca clara de activismo solidario en esos años que dominaba la política América, creando los inexistentes departamentos de Energía y Educación, y reforzando la legislación sobre protección medioambiental.

            En los cines de Georgetown se estrenó en aquellas fechas una película que resultó premonitoria y cuyos efectos se notarían en la inmediata campaña electoral. El síndrome de China, con Jane Fonda y Michael Douglas en papeles de reporteros de televisión. El guion se centraba en un accidente en una central nuclear, cuya eventual explosión de producirse de causaría-   decían literalmente - un agujero en la tierra que llegaría al otro lado del planeta, hasta China. El agujero real no llego a producirse, pero el escape de radiactividad al agua y a la atmosfera no tardó en hacerse realidad en el accidente de Three Mile Island, (la Isla de las Tres Millas) en la cercana Pensilvania. Inmediatamente apareció el movimiento antinuclear “No nukes” con multitudinarias manifestaciones en el gran mall washingtoniano, y más tarde en el sur de Manhattan, en la zona donde se desescombró el terreno donde se levantaron las Torres Gemelas y que usaban artistas para creaciones temporales en lo que se denominó “Art in the beach” (Arte en la playa).

            El funcionarial y anodino Washington se había convertido, de nuevo y de repente, en centro de protestas multitudinarias no conocidas desde el Vietnam y los movimientos raciales. Teníamos nuevo y fresco material para las crónicas de esta América que despertaba a la ecología, la defensa del medio ambiente, las energías limpias…, cuando ya quedaban escasos rescoldos de la era anti-Vietnam. En las mismas fechas se estrenó El cazador (The deer hunter) de Michael Cimino, que arrasó en los Oscar del año con cinco estatuillas y puso sobre la mesa con toda su crudeza las heridas abiertas por aquella guerra lejana que había traído a mucho mutilados físicos y psíquicos de vuelta a casa. Meryl Streep hacia su primera aparición estelar junto al inevitable Robert de Niro y a Christopher Walken. Si impacto fue tremendo. La resaca de Vietnam se hizo más evidente. Cimino se convirtió en director de culto y la película ya engrosa la lista de las mejores de la historia. En 1996 la Biblioteca del Congreso la catalogó como “cultural, histórica y estéticamente significativa”, siendo seleccionada para su preservación en el National Film Registry. También sucedía, su parte local, en Pensilvania, en la zona de Harrisburg, un feuda tradicionalmente demócrata por sus obreros de las acerías, que Trump consiguió en cambio atraer a su candidatura para conseguir su ascenso a la presidencia. Estos elementos iban creando un nuevo relato de fondo para la inminente campaña de reelección. Carter y su equipo iban abrazando estas nuevas ideas que suponían un choque contra interés de grandes corporaciones. Energías limpias, menos armamento, acuerdos de paz, …  Parecía que la protestas del 68 se institucionalizaba y que Carter era su buen pastor.

           

 

CONFIANZA Y RESPETO

            Una de las principales claves de un candidato a la presidencia es generar un aura de respeto, dentro de un clima de confianza.  ¿Es lo que busca Kamala con su sonrisa constante y sus trajes de chaqueta de corte militar? Jimmy Carter estaba en la mitad de la balanza. Un buenista para unos, un débil para otros. Desde el campo republicano se iban analizando sus flancos débiles para presentarle batalla en las inminentes elecciones. Iowa ya era el objetivo del enero del 80. Carter aceleró su acción en política exterior bajo la batuta de un impecable Secretario de Estado Cyrus Vance y la venta de sus logros a través de sus aseados portavoces: Hodding Carter y Jody Powell. Iban lanzados. No nos faltaba material para las crónicas. De repente, del siempre tenso y árido Oriente Medio u Oriente Próximo, del que escribíamos un día sí y otro también, sacaron un impensable fruto del desierto con los acuerdos de Camp David. Yasser Arafat en América, convertido en portada junto al halcón israelí Menachem Begin. La más extraña pareja, ahora unida. Había que verlo para creerlo. Además, firmó la controvertida cesión del Canal a la soberanía de Panamá, negoció el tratado SALT II para reducción de misiles con la Unión Soviética y culminó el proceso iniciado por Nixon estableciendo relaciones diplomáticas plenas con la República Popular China. El flanco exterior bien protegido para afrontar una campaña frente a un probable novato republicano en estas cuestiones. Con la solidez de los años en pantalla, Walter Cronkite relataba cada noche en sus treinta minutos de la CBS esta nueva cara de América. Antes de su “And that´s the way it is”, asistíamos a una remodelación de la acción exterior de los Estados Unidos y a un creciente cambio en las reivindicaciones de las calles americanas. La resaca de Vietnam y del Watergate se iba evaporando. Era el informativo más seguido.

           

¿TEHERAN TAMBIEN CONTROLA ESTA CAMPAÑA?

Para periodistas de la época aquello era un duermevela, pero para Jimmy Carter lo que se avecinaba era una pesadilla. Los republicanos querían volver al poder y lanzaron una avalancha de candidatos. George Bush iba en cabeza. Al hombre del petróleo de Texas no le gustaban las veleidades ecologistas del actual presidente. El equipo de Carter confiaba en mantenerse ante un hombre con mucho curricular pero falto de verbo y carisma. Bush había presidido la CIA, había sido primer embajador en China. Sobradamente preparado, pero con un perfil físico poco atractivo y un discurso cortante.

Lo que se veía como un asunto lejano- aunque tan ligado a la fuente del petróleo –como era la revolución que se había levantado en Irán, y que obligo a exiliarse al Sha, llegaría a tener una influencia crucial en las elecciones que ya se avecinaban. Carter accedió a que el Sha de Persia recibiese tratamiento médico en Estados Unidos y los radicales iraníes dieron una vuelta de tuerca más, acentuado la línea islamista extremista que se mantiene hasta nuestros días.

Lo que empezó como una algarada, tras un primer ataque a la Embajada norteamericana, se convirtió en la noticia de una crisis interminable. “América tomada como rehén” se titulaba un informativo especial a una hora inédita, las once de la noche, presentado por uno de los periodistas más destacados de la cadena ABC, Ted Coppel. Pasó de especial a informativo regular. Cada día se iba sumando una fecha más a los días de cautiverio. Nightline fue el nombre final del programa, seguido por un Día 23, día 57, día 128, … La noticia se contagió al mundo. Era un tema candente cada día y cada hora. Si salías de cena con los amigos, tenías que mantenérsete conectado, ir con el auricular de la radio puesta y sintonizada en 1010 WINS, la emisora Todo Noticias. (“Nos das 20 minutos y te damos el mundo”) porque en cualquier momento se esperaba el desenlace. Carter intento un rescate fallido antes de que los helicópteros llegase a Teherán. El punto y final no llegaría hasta que culminase por completo la campaña electoral. Tal era el cálculo que habían hecho los iraníes, que empezaban a tomar la medida al todopoderoso “Imperio Americano “, como años más tarde se la tomaría Bin Laden.

La campaña electoral del 80 se descompuso. Carter era un candidato herido. Los republicanos apretaron con un ticket compuesto por el locuaz y telegénico Reagan y el calculador maniobrero en la sombra George Bush padre. Además, alguien colocó a un tercer candidato republicano con trazas de independiente, John Anderson, para intentar robar votos demócratas. Cerca ya del verano del 80, Carter siguió prendiendo su antorcha de la política exterior para afianzar la inminente campaña electoral y con motivo de la cumbre del G7 en Venecia hizo un tour a la europea. Fue mi primer viaje internacional con la caravana presidencial, y asistí en butaca preferente al espectáculo de ver a la Casa Blanca al completo volando de país en país. Todos los servicios habituales de Washington se trasladaban de una capital a la siguiente. Se dormía poco, porque salíamos antes que el presidente para cubrir la llegada del Air Force One y cubríamos todos los eventos, photo calls, ruedas de prensa, … sin faltar un detalle.  Allí estaban los entonces nombres míticos de la política mundial ya barridos por el viento de la historia:  Valery Giscard d´Estaing, Helmund Schmidt, Cossiga, Trudeau… y Margaret Thacher.

 

Ni con las escalas europeas, para reforzar su imagen de líder mundial, pudo fortalecerse Carter. La estrella del presidente había palidecido. Llego a la convención de Nueva York, en el tórrido verano del 80, con los delegados suficientes para alcanzar la nominación, pero con el prestigio mermado. La estrella ascendente, que podría lograr salvar los muebles frente a la creciente amenaza republicana, era la del tercer Kennedy.

Aquel extraño cruce de caminos entre Irán y los Estados Unidos, había convertido la campaña electoral americana en doblemente atractiva California y Nueva York tendría que caer del lado de Carter. Texas y Florida para Reagan. Las cuentas estaban demasiado apretadas, y el ambiente estaba tan picante como la comida oriental.

En la noche electoral mirábamos a la pantalla que mostraba el mapa de los Estados Unidos tomando estado a estado un color cada vez más rojo, el color de los Republicanos, y de su pareja para derrotar al ticket Carter-Mondale, con Reagan y Bush. Nos acercamos a la fiesta del Partido Demócrata en un local de Times Square y la encontramos medio vacía. Se mascaba la derrota. Volvimos a hacer nuestras retrasmisiones ya de madrugada en Madrid, sus envíos para la agencia y contemplamos cariacontecidos como el país más poderoso del mundo había sido saboteado por los ayatolas, iniciándose una nueva era en cuya estela aún vivimos.

 

EL ACTOR PRESIDENTE, O VICEVERSA

            Un descrédito, parecido al soportado por Trump, envolvió desde el principio a la candidatura de Ronald Reagan, tachado de ultra, anticuado, insolvente…por ser amable en los adjetivos. El Village estaba lleno de carteles personalizados ridiculizando al «actor que quería convertirse en presidente». Lo cierto es que Reagan atesoraba otras cualidades. Aunque como actor nunca superó la barrera de secundario, fue líder sindical de su gremio y luego hizo tablas de marketing sobre el escenario como portavoz de la General Electric. Así que cuando los republicanos de California buscaron un recambio para el eterno gobernador republicano Brown en 1966, pensaron en él. La decisión la había tomado el sanedrín de los grandes empresarios del estado más rico de la Unión. Y sin duda fueron los pesos pesados que le apoyaron en su candidatura a la presidencia, superando a su buen posicionado contrincante George Bush padre, que le acompañó finalmente en la vicepresidencia.

            Cuando cuatro años más tarde vivimos la siguiente campaña. Reagan se había hecho un tótem de la revolución conservadora, junto a Margaret Tathcher en Inglaterra. Su dominio de la escena fue tan espectacular, como el giro que imprimió a sus políticas. Ahora es considerado como uno de los presidentes históricos del país. En la campaña del 88, la convención de Houston le volvió a coronar, mientras el demócrata Walter Mondale y la primera mujer en el ticket presidencial, Geraldine Ferraro de Nueva York, sucumbieron al peso de la apisonadora conservadora. Pasó finalmente el testigo al vicepresidente George Bush, padre que triunfaría sobre Mike Dukakis. Otras campañas en las que de nuevo el marketing mordió las esencias de la democracia en un proceso que no ve fin.

Campañas cada vez más caras, tensas (como la del recuento de las papeletas mariposa en Florida que dieron finalmente la pírrica victoria a Bush hijo sobre Al Gore), y también más novedosas con el empleo de los señuelos digitales (Obama). Un tweet ahora vale un buen puñado de votos. O eso nos hacen creer. Hasta que llegó Trump y rompió todos los moldes. Ahora lo importante es hacerse notar en redes. Los programas han quedado relegados.  Si no fuese porque las guerras claman una solución, pensaríamos que estamos ante un mero reality televisivo. Pero lo cierto es que el mundo se la juega a través del voto de los ciudadanos de los Estados Unidos, cada vez más confusos y perplejos ante unas opciones que no interesan, por repetidas o por desconocidas. Sin duda, la democracia americana ya no es lo que era

 

 

Javier Martin-Domínguez fue corresponsal en Estados Unidos durante una década.

 

 























13.9.24

ISLA CAMUS.

 ISLA CAMUS. UN VIAJE AL COMPROMISO

reivindicacion de los origenes y el pensamiento de Albert Camus en Menorca






















30.3.23

5O AÑOS DE RELACION ESPAÑA- CHINA

  En la estela de la apertura occidental a China,  ideada por Kissinger y Nixon, España se apresuro a los contactos a través de su ministro de Exteriores, Gregorio Lopez Bravo.  Aun con Franco en el poder, en 1973, se establecieron relaciones, y fue Sanz Briz- el diplomático que salvo a muchos judíos europeos del holocausto nazi -el primer embajador de España en Peking . 

Centenario de Gregorio López-BravoPrimera plana - PressReaderhttps://www.eldiario.es/internacional/50-anos-apertura-china-visita-nixon-mao-cambio-mundo_1_8739480.html





21.12.22

Arcoíris sobre Africa. La fotografía de Monfreid

 

Arco iris sobre África

El francés Henry de Monfreid, escritor, fotógrafo, traficante de armas y hachís, pero sobre todo inconformista y aventurero, se dedicó a explorar África y Asia, dejando el impresionante legado de una mirada descarnada y directa


Es África un continente en blanco y negro o un mundo de colores? El ojo fascinado y sorprendido del fotógrafo ha bailado siempre entre estas preguntas retóricas sin respuesta clara dados los tremendos contrastes que la realidad africana despliega ante la vista. Los contrastes de ayer y de hoy. ¿Por qué la belleza y la brutalidad reinan por igual en las legendarias fotos de Henry de Monfreid o en las más contemporáneas del también periodista metido a fotógrafo Ryszard Kapuscinski?

En la treintena, Henry de Monfreid (1879-1974) se aventura en barco, "como la alfombra mágica de las leyendas de Arabia, que me transportaba por los países encantados que nunca cambian, donde sentí la ilusión de creer que el tiempo y la muerte no existen". Era 1911, y, en su pasión por la plena aventura, se llevó consigo, además de la fortaleza para sortear los peligros, pluma, papel y una pesada cámara para reflejar las verdades de África. Parece milagroso que casi un siglo más tarde aquellos frágiles cristales emulsionados hayan resistido para mostrarnos un tiempo tan lejano, aunque quizá no tan distinto.

La obra original de Monfreid sigue viva y actual porque su estilo es directo, libre de artificios y adornos
No se trata de un "artista contemplativo". Es un hombre de acción que relata con letra y fotos su agitada vida

La aventura puede perderte o hacerte conquistar una nueva vida. A Henry de Monfreid la medicina del viaje le sacó de la crisis familiar, la enfermedad y la depresión. Su primer objetivo fue Abisinia -la actual Etiopía- y las aguas del Mar Rojo. Para vivir y soñar, Henry de Monfreid se equiparía con un velero y un sofisticado aparato para aquel tiempo: una cámara estereoscópica con placas de cristal. Desde el primer momento supo que sería su particular medio de expresión, junto con la escritura, en la que sería constante y prolífico. Sólo habían pasado diez días de su llegada al destino y ya escribía a su familia en Francia para reclamar el precioso material olvidado: cubetas, líquidos para revelar y fijar, y el resto de la parafernalia necesaria para dejar testimonio gráfico de la vida en África.

No eran sus primeras fotos. Pero sería a partir de entonces cuando nacería un artista de la fotografía, con una mirada directa sobre lo exótico, un sentido claro del documento y una capacidad para trascender lo crudo y lo real con la aplicación posterior de otras técnicas, como la pintura de color sobre el cristal fotográfico, que terminará por situar su trabajo entre el fotoperiodismo y el arte.

La pintura y la navegación a vela le venían de familia. Su padre, George-Daniel de Monfreid, neoyorquino de 1856, se inscribe entre los impresionistas franceses, amigo y colaborador de Verlaine, Maillol, Matisse y sobre todo Gauguin, de quien coleccionó obra, fue albacea y terminó escribiendo una biografía. La obra de este pintor bohemio y anticonformista está presente en las colecciones del Museo d'Orsay y del Petit Palais en París.

Henry sigue pues en la estela del padre, del que aprende a pintar y a navegar en sus viajes de fin de semana por la costa catalana. Pero será una nueva técnica, la fotografía, y un nuevo escenario, las costas del Mar Rojo, los que marquen su diferencia y hagan aflorar su identidad.

La obra original de Monfreid -tanto la literaria como la fotográfica- sigue viva y actual porque su estilo es directo, objetivo, libre de artificios y adornos. Otros coetáneos de escritura más florida han terminado ahogando su lectura actual por el exceso de perfume literario. Monfreid narra lo que pasa, dando voz a personajes reales y describiendo situaciones. Su mirada es igual de directa en las fotos. Paisajes, gentes y barcos. Todo un catálogo de la ribera roja de Egipto, Sudán, Eritrea, Etiopía, Somalia, Yemen y Arabia. A un tiempo Homero y Ulises, mira y se deja ver en sus fotos, casi siempre a la quilla de sus barcos. Primero a través del estereoscopio, después con cámaras Kodak más manejables, hasta desembarcar en una Leica en formato 24×36.

Monfreid no es un "artista contemplativo". Es un hombre de acción que relata con letra y fotos su agitada vida. Lejos del artista acomodado o financiado, él se gana la vida en una tierra extraña que hace suya conviviendo con los indígenas, aprende su lengua y combate el sentimiento colonial imperante. Se hará inicialmente comerciante de café y cuero, pero elevará ingresos y grados de aventura cuando se arriesgue con productos con mayor margen y peligro, como las armas, las perlas y el hachís. Una de sus obras más emblemáticas y de las más logradas es La travesía del hachís (Editorial Juventud. Barcelona, 2003).

Narra en primera persona, protagoniza los lances, a pesar de que la historia tenga las trazas de una auténtica novela de ficción. Monfreid sabe narrar, dar presencia y credibilidad a los personajes y desarrollar una trama progresiva. Quiere hacerse traficante de una droga en un tiempo de desdibujada persecución y tolerancia, para vivir al filo y para sacar un suculento beneficio, o quizá para poder contarlo... Viaja hasta la costa catalana para aprender de un viejo contacto los secretos del turbio negocio y se dirige hasta Grecia a por la cosecha para entregarla finalmente en Egipto. Describe el proceso de siembra, recolección, secado y prensado del producto. Retrata a la familia que lo cultiva y vende. Relata sus trapicheos aduaneros y su cauto proceder. Es él, Monfreid. Alto, seco y escueto. Resuelto, calculador y cercano. Alcanzará su objetivo siempre en su terreno, entre mar y costa, reservándose un dato inesperado, una última acción emocional sin rayar en lo increíble. En Monfreid, todo es verdad. En su literatura y en sus fotos. Sólo las vidas increíbles hacen buenas novelas y pueden contrastarse en las fotos realistas. Navegante curtido, sortea el mundo minado de la Primera Guerra Mundial con los mares controlados por los vapores ingleses, deslizándose en sus barcos de vela con la bodega alimentada por el hachís, las perlas o las cajas de armamento. Arte, contrabando, espionaje... van engarzándose en una biografía que supera la ficción. Un Monfreid más grande que su propia obra.

Pero el cargamento más preciado fueron sus cristales fotográficos. Sus vistas de Abisinia o Somalia son reveladas por él mismo y enviadas regularmente a Francia para positivar, compactadamente empaquetadas y etiquetadas al detalle. Viajaron bien por el mar y han llegado felizmente intactas hasta nuestros días. Su primera pasión fueron las vistas en relieve, con aquellos aparatos que hacían dos fotos casi en paralelo y creaban la ilusión de lo tridimensional. Guerreros, animales, paisajes..., la documentación del cuerno de África es exhaustiva. Monfreid también posa y da noticia de sí mismo y su familia. Además, captura el instante periodístico: los latigazos a un ladrón, los esclavos engrilletados o los ajusticiados en la horca colgados de las ramas de un árbol centenario. La cruda realidad de África. Finalmente, en algunos casos singulares, pintará una especie de arco iris sobre ese mundo telúrico.

Sobre los positivos en cristal aplica una placa traslúcida de la misma dimensión para protegerlo y entonces colorea con rojos, amarillos, azules en una forma próxima a la acuarela, técnica de la que también será un devoto. A su aire, sin el refinamiento aplicado a esta técnica por el italiano Felice Beato en sus imágenes de jardines japoneses con color aplicado, ni con el mero relleno de color a objetos y figuras del inglés Alfred Silvestre a mediados del XIX. Monfreid deja que la foto sea la foto, y el color lo aplica de una forma impresionista.

En esta España tan poco africanista, a pesar de la vecindad del continente, no sorprende que Monfreid sea un perfecto desconocido. Pero la magnitud de su obra literaria y fotográfica, más la amplitud de su aventura, reclaman cubrir tal laguna. Henry de Monfreid es autor de hasta 75 libros, traducidos a más de 12 idiomas, se significó en el periodismo de guerra, fotografió y pintó. Su Francia natal sí le ha aprovechado y reconocido repetidamente tras su muerte en 1974, después de una longeva aventura personal de 95 años. No sólo se ha reeditado gran parte de su obra sino que recientemente la cadena Arte ha llevado su vida al cine (Lettres de la mer rouge, película dirigida por Martín & Coussé, y protagonizada por Arnaud Giovanetti) y su obra fotográfica ha sido desplegada en el Musée National de la Marine en París. También Penguin acaba de incluir su Hashish: A smuggler's tale en su colección de clásicos.

Personaje idóneo para revivir la aventura del viaje ahora que las rutas son copadas por el turismo, el lector español puede recurrir a la reciente edición de Los secretos del Mar Rojo, traducida e ilustrada para la editorial Bassarai (2004) por Luis Claramunt. La laguna visual la ha subsanado en parte una amplia y brillante muestra de las fotos pintadas traída a Madrid por la galería Michel Soskine (clausurada el 12 de enero). Guiados por su arco iris foto-pictórico, el largo y denso viaje al fondo de Monfreid no defrauda a los amantes de la verdadera aventura.

De izquierda a derecha: vendedores de armas en Hodeidah (Yemen, 1934); arquero africano (1911), fotografías de Henry de Monfreid
De izquierda a derecha: vendedores de armas en Hodeidah (Yemen, 1934); arquero africano (1911), fotografías de Henry de Monfreid
Ahorcados en un eucalipto en Addis Abeba (Etiopía, 1933), fotografía de Henry de Monfreid.
Ahorcados en un eucalipto en Addis Abeba (Etiopía, 1933), fotografía de Henry de Monfreid.

15.8.22

La cara oculta de Nanook el esquimal. 100 años de documentales


 Centenario del cine documental 

 

La cara oculta de Nanook el esquimal

 

Javier Martín-Domínguez

 

Gracias a una escena digna del mejor Hithcock (un fumador descuidado que deja caer su cigarrillo sobre miles de metros de película rodada que son devorados por las llamas) nació el cine documental hace cien años de la mano de Robert Flaherty considerado el patriarca del cine de la realidad con su producción sobre “Nanook el esquimal”.

La película perdida contenida un material etnográfico de primera calidad, rodado en el norte de Quebec en las tierras árticas heladas habitadas por los inuit. Solo se salvó el copión (un montaje de película positivada), que al ser revisado por el propio Flaherty, comprendió que no tenía una película de éxito. Entendió aquel desastre como un acto premonitorio y buscó dinero para volver a rodar en aquellas condiciones extremas. En el cálido verano de 1922 proyectó por fin en público la nueva versión de las peripecias de los esquimales en su hábitat helador y consiguió no solo un éxito comercial, sino encumbrarse a la cima como el primer documental en la historia. Nuevas informaciones sobre aquel proceso y el cambio de perspectiva histórica ponen ahora en cuestión la autenticidad del documento y los métodos de rodaje, despojando a Flaherty de parte de su aureola de pionero y maestro.

Hijo de un ingeniero de minas, con 26 años se dedicóya al campo de la exploración junto a los constructores de los ferrocarriles canadienses. Pero su interés derivo del negocio mineral a la atracción por las tierras del norte y sus esforzados habitantes esquimales a los que empezó a rodar y mostrar para gran alborozo popular y de los responsables de los museos etnográficos del norte de América.  En diciembre de 1895 los Lumière habían proyectado la seminal salida de los obreros de la fábrica. Un corte de tres minutos. Casi veinte años despues, Flaherty aspiraba a ofrecer más que un simple documento. El siguiente paso era crear una gran película. 

El material recogido en sus siguientes viajes, con escenas rodadas sobre el mundo helado del norte, había terminado en la hoguera en 1916, cuando ya daba los últimos retoques a la película. Un sueño convertido en humo. Hasta despues de la Primera Gran Guerra, el empeño de Flaherty no consiguió un apoyo económico que finalmente le daría la compañía del negocio de pieles Revillon Frères. Le proporcionaron 500 dólares al mes por un periodo abierto, 13 mil dólares más para equipos técnicos, tres mil dólares en crédito para pagos a los nativos. Tardo dos meses en llegar al punto de destino al norte de la Bahía del Hudson y permaneció allí rodando dieciséis meses más. Tenía experiencia geográfica y en el trato con los habitantes que iban a ser el objeto de su película. Ahora había que hacer un buen trabajo, sobrevivir al frio y evitar el fuego.

El resultado de este proyecto reelaborado sería “Nanook del norte” (titulado en español como Nanook el esquimal), cuya producción fue ardua y arriesgada, al rodarse en condiciones extremas de frio y nieve, jornadas maratonianas, peligros para el equipo técnico y para las personas expuestas a los osos polares, por no hablar de las condiciones de luminosidad para el rodaje, extrema o nula según los escenarios.  Sin luz suficiente en el interior de un iglú, la solución fue rodar con los personajes aterido de frio en uno falseado sin techo. No sería esta la únicalicencia que se tomó Flaherty para embellecer su historia en un mundo exótico y entonces desconocido.

Aquel momento de revelación, cuando el fuego destruyó su primer proyecto, llevó al director a plantearse otro tipo de narrativa en línea a la de las nuevas películas de ficción de la época. La frialdad del mero documento etnográfico debía ser acompasada por otro método de contar las cosas. Para empezar, debía contar con un protagonista de la historia, su Nanook y familia, con unos objetivos a conseguir, la pesca o la caza del oso, un concepto progresivo de la narración a través de los viajes, etc. No había actores, ni un guion totalmente predeterminado. Pero Flaherty asimiló la mecánica y la gramática de las películas de ficción y la trasladaría con éxito a este proyecto definitivo.

Aunque fue rechazada tras su visionado por Paramount (que la consideró un mero film etnográfico sin valor comercial)la francesa Pathè se hizo con los derechos de distribución. Su estreno, en el teatro Capitol de Nueva York el verano de 1922, fue un éxito inmediato. Primero en los Estados Unidos e inmediatamente en Europa. El coste final de 53 mil dólares quedó bien recompensado. Paramount no tardó en llamar a Flahertypara un nuevo proyecto, que se rodaría en los mares del Sur. El género documental había conseguido por fin unavía de buena financiación, aunque seguiría en un vaivén histórico hasta nuestros días.

El destacado crítico del momento Robert E.Sherwwood en su libro “Las mejores películas de 1922-23” llega a escribir del film que “Nanook es único, se mantienen en una categoría por sí mismo. Sin duda no hay lista de las mejores películas del año o de todos los años en la corta historia del cine que se considere completa si no la incluye”. Luego llegarían las obras maestras del documental crecidas en su estela firmadas por los Vertov, Vigo, Ivens, que harían crecer la historia paralela del cine, el de la realidad, a sus mayores grados de estética y de interés. Nanook y Flaherty alcanzarían la cumbre del llamado cine del explorador como documentalista”, que mantuvo su interés durante una década hasta que el conocimiento del mundo exótico se hizo más asequible y hasta la llegada de la nueva gran guerra que cambió los esquemas e intereses. Pero ya en 1964, cuando el apreciado festival de Manheim hizo la selección de los mejores documentales de todos los tiempos colocó como el primero de la lista a Nanook del Norte.

Sin embargo, en los últimos tiempos las investigaciones y análisis han derivado en una visión muycrítica del método de trabajo de Flaherty, acusado de “fabricar” una realidad paralela, quizá en busca del éxito de la producción, pero apartándose de los cánones de ética y veracidad requeridos por este génerodistinto y distante de la ficción cinematográfica para unos, pero no tanto para otrosMás que una visión directa de un mundo complejo y una geografía y climas hostiles, podríamos estar ante un gran montaje en el que la mayoría de los elementos carecen de una base autentica o real. Según los críticosmás adversos, estamos ante una burda recreación, empezando por el cambio en los nombres y roles de los personajes. Ni Nanook se llamaba así (ya que su nombre inuit era Allakariallak), ni las dos mujeres que se presentan como sus esposas lo eran. Lo retratado y relatado es una visión de la vida esquimal en un periodo previo, no ya de los años veinte, que se ofrece como realen la pantalla. Los inuit ya no eran desconocedores de ciertas tecnologías, ni vestían, ni vivían o cazaban como se muestra en el film. Las críticas de conservacionistas de esta tribu canadiense sobre los métodos o la imagen proyectada no empañan todo el legado de Flaherty, que sigue siendo celebrando en la ciudad donde se rodó la película que incluso ha levantado una estatua Nanook. Tambien se critica que el director llegase a tener una hija con una de las “protagonistas” aunque nunca la reconoció, incrementándose las críticas al carácter de colonizador del productor y director. De igual manera, la palabra esquimal está en desuso en Canadá, utilizándose inuit para los habitantes de las regiones árticas, por considerar aquella despectiva y racista. 

Hasta qué punto es aceptable adulterar la realidad para hacer “lo real más real” es un dilema que ha acompañado al cine documental desde sus inicios. Las reconstrucciones o dramatizaciones de hechos y situaciones, los usos de archivos dudosos, la creación de bandas sonoras fuera de rodaje,  son algunas de las actuaciones que se cuestionan los defensores de los baremos estrictos del cine documental, y que provocan un debate mas vivo que nunca ante la ampliación de las fronteras de un género en auge, tanto por número de producciones, nuevas fórmulas narrativas y el crecienteinterés de las audiencias. 

Conocedor de estas y otras leyendas en torno a Nanook, el cineasta Victor Erice- director de El sol del membrillo –consideraba que “a Flaherty le legitima la visión utópica, la búsqueda del hombre antiguo, lo que fuimos frente al mundo industrializado. Esta visión utópica- cuando el mundo va a destruirse en la Primera Guerra Mundial -mas el impulso poético que eleva la calidad del film, asientan su posición en la historia del cine.  El séptimo arte nació como documental, y las “pequeñas manipulaciones” ya estuvieron en la primera secuencia de los Lumière, de la que hicieron varias versiones para mejorar la visión de la salida de los obreros de la fábrica. El propio Erice, en sus comentarios académicos sobre la película, llega a decir que “Flahertynunca pensó, ni dijo que hiciese un documental con Nanook”. 

Elías Querejeta, productor de El desencanto, y gran defensor del cine de realidad, era consciente del hibridoconceptual sobre el que se mueve este tipo de producto.Por ello, siempre obligaba a poner la palabra película antes de documental en sus producciones. El debate viene desde el principio, desde que el cine es cine, y no tendrá fin. La cara oculta de Nanook es un episodio más de los límites que puede o debe imponerse a sí mismo un cine de no ficción, que en su centenario ha tomado nuevos caminos y un claro impulso en el mundo audiovisual. EL CONFIDENCIAL 

 

 

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