Eduardo Mendoza foto © Pamela Duffy
Nueva York, años 80. Oficialmente, Eduardo Mendoza era traductor en Naciones Unidas.
Mas allá del don de lenguas, tenía un aire cosmopolita propio de la actividad. Elegante y circunspecto, pero siempre disponible para un buen chiste y una mejorar carcajada. En aquellos años su psiquiatra de cabecera, real o literaria, también estaba en Manhattan, dicharachero y con ojos de asombro. El Dr. Nos y su paciente literario eran siempre la delicia, estrambóticamente intelectual, de aquellos partys tan constantes y siempre tan divertidos de la alocada Gran manzana.
Cuando no bailaba a lo Broadway en una de esas noches de gran vida, Mendoza escribía, novelas, nuevas novelas y su cocktail perfecto de diplomático, poliglota y hombre de palabras le llevaron a situaciones tan complejas como las de sus ficciones.
Un dia Felipe Gonzalez se plantó en la Casa Blanca para una visita oficial a Ronald Reagan, el hombre de la década. Para no perder ni ripio y para que lo que le tenia que decir se entendiera claro, Felipe se llevo a su propio traductor/interprete para la ocasión, que no era otro que el mago de las palabras Eduardo Mendoza.
Mas alla del anecdotario, recuerdo siempre a Mendoza como un hombre calmado, de sonrisa incipiente, cordial, bien vestido…y con su otro yo dispuesto agriar de jubilo en cualquier momento. Como en las fotos de Pam Duffy. En 1983.