LA “ESPERANZA” DE BUÑUEL EN
CALANDA
Por Javier MARTIN-DOMINGUEZ
Por Javier MARTIN-DOMINGUEZ
- En La Esperanza de Calanda -
La singular Plaza Mayor de
Calanda tiene forma triangular. En un lado, el poder politico representado por el
Ayuntamiento; en otro la Iglesia de la Esperanza y enfrente la casas civiles,
destacando la de los Buñuel. Se puede trazar una linea recta desde la entrada
del templo hasta el porton de madera de la casa de la adinerada familia, desde
cuyo balcon el joven Luis pudo presenciar a sus anchas las entradas y salidas
del tempo, de los feligreses y de los curas, protagonistas fundamentales en
tantas de sus películas.
He visitado repetidamente
durante mi estancia en Calanda la Iglesia de la Esperanza, haciendome hasta una
toma arrodillado ante uno de los confesionarios con cortinas de rojo
terciopelo. “¿De que te confiesas?”, me
preguntan... Respondo. “De ver las películas de Don Luís”. Me confieso, pero no
me arrepiento.
- Las caras de Don Luis -
Con un guía de excepcion,
como es Javier Espada, cineasta y director del CBC Centro Buñuel de Calanda, ha
aprendio mucho de la geografía buñueliana y de las marcas que dejó la
experiencia de infancia en su personalidad, incluida la temprana asistencia a
una autopsia y su relación con este mundo rural plagado de animales y plantas.
¿Y los perros, donde están los perros?. Ahora se ven mas gatos que perros por
las calles calandinas
Yo nunca he echado de menos-
en una visión prosaica y realista de la cosa –la falta de perros en Un perro andaluz. Por la película se pasean
las hormigas, y se arrastran las vacas. Pero ¿donde anda el perro?.
He de decir que tengo
democión por un buñuelismo con perro- que siempre recuerdo –pero que aparece en
La edad de oro: Cuando los dos amantes se besan apasionadamente en la cola de
la procesión de obispos y magnates, hasta que un perrito les pone en evidencia.
El hombre sorprendido remata la situación dándole un puntapié.
Esta perreria buñueliana
siempre me ha provocado una sensación de valentía y desazón. Como tambien la de
aquel niño que tontea en torno a un cazador que lía su pitillo y al que le da
un golpe y le tira el papel y la picadura de tabaco. El buñuelismo es la escena que continua, con el cazador retomando su escopeta de caza
y disparando al chaval.
He reparado años mas tarde
en el animalario buñueliano al meterme en el mundo de una de sus
coetaneas, Leonora Carrington, joven
protagonista del movimiento surrealista, compañera de Max Ernst y favorita de André Bretón.
De forma consciente
(inconsciente si hablamos de surrealismo), el mundo pictórico y literario de
Leonora esta lleno de animales o de figuras zoomórficas, donde las especies se
suman o complementan.
Su autorretrato de 1937,
titulado La posada del caballo del alba, incluye a una mujer sentada
(claramente Leonora), frente a una hiena de ojos melindrosos a la que parece
que tiende la mano, auque pone los dedos en una posición que denota una
pretension de embrujo o enigma. Tras la
joven un caballo de cartón, y al fondo de la ventana un bosque por el que
galopa otro caballo blanco. La función de los animales para dar rienda suelta a
las visiones interiores del surrealismo están en Leonora, como están en el
expresivo titulo de la película de Buñuel.
Les junto aquí porque
comulgaron con el mismo ideario del surrealismo, y compartieron una visión de
su animalario, pero tambien porque se juntaron efectivamente en México, donde
ambos se exiliaron por distintas razones. Leonora escapo de los nazis
ocupadores de Francia y se vino a españa para acabar metida en un psiquiátrico
en Santander. Paso por Lisboa y Nueva York y residió desde los años cuarenta en
el DF.
- Busto de Luis Buñuel en el CBC de Calanda -
Cuenta Luis Buñuel en su
biografía Mi último suspìro, que “separada ahora de Max Ernst, Leonora vivía al
parecer con un escritor mexicano llamado Renato Leduc. Un día, cuando llegamos
a casa de un tal Mr. Reiss donde nos reuníamos regularmente, Leonora se levantó
de súbito, entró en el baño y se dio una ducha completamente vestida. Después,
chorreando, regreso a la sala, se sentó en una butaca y me miro fijamente.
“Eres un hombre apuesto”, me dijo en español tomándome del brazo. “Te pareces
enormemente a mi guardian”, del psiquiátrico de Santander.
Hay otras historias y
anécdotas que les relacionan, verídicamente o no, pero que une a dos cabezas,
dos cuerpos privilegiados que aparecen como una encarnación vehemente del
surrealismo.
Tanto Luis como Leonora han
usado su creación para “perturbar la identidad, el sistema, el orden”. En el
caso de Carrington sus animales identifican la vida instintiva con las fuerzas
de la naturaleza. La hiena del autorretrato pertenece al fértil mundo de la
noche, el caballo se convierte en una imagen del renacer a la luz del día y del
mundo mas allá del espejo. Como intermediarios simbólicos entre el inconsciente
y el mundo natural, sustituyen- en palabras de Chadwick –la dependencia de los
surrealistas de la imagen de la mujer como mediadora entre el hombre y lo
“maravilloso”, y sugieren el poderoso papel de la naturaleza como fuente de
poder creativo para la mujer artista”.
Después de tantas pases y
revisiones de El perro andaluz, para mi esta nueva vista desde los ojos de mi
musa surrelista Leonora Carrington, me ha permitido entender mejor este ladrido
incesante del perro, que nos anuncia una
vanguardia interminable. Almacenados sus fotogramas de forma indeleble en el
cerebro, la re-visión desde su Calanda natal los coloca en una prespectiva mas
honda y mas clara, con esa cercanía que debió tener Luisito, mirando agudamente desde el balcon a la puerta
de la Iglesia de la Esperanza...